El tema de la timidez femenina parece infinito para algunas de nosotras que aún tenemos algo de pudor, para muchas incluso se convierte en un lastre eterno, pero para mi, tras varios episodios de circo, creo que aprendí a sobrellevarlo.
Estrías, piernas flacas, baja estatura y otros aderezos que no me dejan del todo conforme, no se comparan con ese momento cuando acepté hablar de mis hemorroides, sí: Hemorroides.
Dependencia a cremas, dolores desagradables, dietas altas en fibra, remedios caseros y las no divertidas ciruelas pasas gigantes (por cierto, las únicas efectivas en mi caso). Y aunque parezca desconocido o poco tratado, es el calvario de muchas, cosa que también he averiguado al compartir ideas con otras víctimas.
Todo parece realmente íntimo e inofensivo mientras el único que conoce tu “problemita” es el espejito pequeño de tu mesa de noche; sin embargo, todo se complica cuando se piensa en “sexo libre de pena”. En ese momento, tu trasero que solía ser un punto a tu favor durante el acto, ahora posee alguna malformación visible y lamentablemente tangible.
Dependiendo del grado de gravedad -y miren que he investigado- se trata de la inflamación de las venas en el área rectal, en algunos casos solo se inflama un poco y en otros, hasta logra verse algo de piel fuera de lugar, situación nada sexy, sobre todo para algunas posiciones favoritas por ellos…
Y para no sentirme sola, también sé que esta pesadilla acompaña a muchas en silencio, inclusive diversos estudios calculan que 60% de la población mundial sufrirá de este incómodo mal durante algún momento de sus vidas.
Desde mi humilde opinión, esto se convierte en otro dolor de cabeza femenino, pues si bien ellos también pudiesen sufrir de lo mismo, somos muy pocas las que insistiremos en conquistar u observar a fondo “sus zonas”.
Una vez tomamos consciencia de lo que significa sufrir de hemorroides, comenzamos incluso a asustarnos por diferentes factores, desde sangrado y dolor en el área, hasta pensar en cáncer de colon, todo acompañado del terror que te inyecta internet, por supuesto.
La consecuencia del susto es acudir al médico -también me ocurrió y también fui-. Con la vergüenza desbordada, solo recordaba las palabras de mi madre: “quédate tranquila, ellos ven eso como un odontólogo ven bocas”, ¡gracias mamá!
La visita comenzó muy cordial, lo más lamentable era ver que el doctor no estaba mal, de buen cuerpo, con canas interesantes, buen vestir y sentido del humor. Después de contarle mi situación, él me invitó a acostarme de lado y mientras mis manos se helaban, el colocó en su frente una enorme linterna de explorador, con la cual no quedaría detalle por fuera sin ver; eso lo llevó al siguiente paso, un desagradable tacto. Al terminar, fue al grano y me dijo, “eres muy bella para sufrir así”, no sé que fue peor…
Aunque recomendó varias opciones, me fui en busca de otra “divertida” segunda opinión, que por cierto fue mejor, menos invasiva y con poca observación. Esta segunda opinión supo dar con el tratamiento ideal. Hoy en día estoy bien, aclarando para los curiosos.
Mi recomendación: atender el problema a tiempo, apartar la pena, buscar ayuda profesional y reír con ganas después…