Antes de empezar con el tema, quiero aclarar que este texto está escrito 100% desde la subjetividad y la experiencia personal. Lo que me sirvió a mí o a mis padres y familiares, no necesariamente le tiene que funcionar a todo el mundo.
Mi nombre es Alejandro Palomino Agudelo, tengo 24 años y crecí en una familia tradicional paisa (Medellín). Cuando tenía 19 años fui diagnosticado con bulimia, aunque todo venía desde antes.
Mi enfermedad empezó como anorexia, dejaba de comer por mucho tiempo e iba a hacer ejercicio extremo. Bajé 25 kilos y no me quedaba energía para hacer nada más. Evitaba salir con mis amigos para que no me hicieran comer o para no tener que decir “no” delante de ellos.
Era irritable y mentiroso. Me pesaba todos los días y contaba hasta las calorías de una botella de agua.
Después vino la bulimia, que consiste en tener atracones (comer mucho en muy poco tiempo y sin control); y después purgarse (con vómito, ejercicio, ayunos, etc.).
No es comer y vomitar, eso es anorexia purgativa. Aquí tiene que existir el atracón y la sensación de culpa después de este. Usualmente la bulimia “no se nota” en el peso.
La verdad, tener un diagnóstico me ayudó a entender que encajaba en alguna parte, pero siempre tuve la certeza de que este en particular, no me definía.
Creo que esta enfermedad abarca grandes problemáticas de los jóvenes hoy en día y por qué no, de todos los seres humanos en general. Así que aquí quiero hablarles de esto, desde lo que viví con mis papás:
Mi vida, mis padres y mi TCA (trastorno de la conducta alimentaria)
Cómo empezó todo da para otro artículo, pero partamos del momento en el que fui diagnosticado: ¿Un hombre? ¿Eso no se trata comiendo? ¿O sea, que él siempre come y vomita? ¿Qué hay que hacer?
Estas fueron algunas de las preguntas que mis papás le hicieron a la psiquiatra y a mí. Conté con la fortuna de tener dos grandes seres humanos a mi lado, pero esto no los hacía expertos en el tema.
Mis papás me acompañaron siempre, pero fue incómodo para mí los regaños y la poca comprensión de la enfermedad, como tal, como enfermedad.
Sin embargo, siempre conté con su apoyo en mi recuperación, pero creo que nunca me preguntaron en qué consistía mi enfermedad, qué sentía, en qué momentos necesitaba ayuda y cómo la quería. Creo que era más por miedo a no entender bien o a tocar puntos sensibles, pero lo habría preferido así.
El miedo a ver un hijo así es increíble y, muchas veces, los paraliza y quieren hacer las cosas a su manera, claro, porque así les ha funcionado a ellos 50 años. Y no está mal, solo que ahora hay que entender que tenemos factores externos y acceso a la información que antes teníamos.
Y es que ahora los “entiendo”. Esta es una enfermedad que no se puede ver y que “va en contra” de uno de los grandes placeres y necesidades de la vida, comer. “Comida se les da, ganas no”, “Hay niños que se mueren de hambre”.
Me parece que esas frases fueron un acto de ignorancia.
Pero es complicado cuando eres tú mismo el que repite los ideales de perfección que te has impuesto y nunca los logras, porque cuando hay una enfermedad como la anorexia, la bulimia o el trastorno por atracón, existe una distorsión de la imagen corporal; es decir, puedes estar súper flaco, pero para ti nunca va a ser suficiente.
Es algo así como en los comerciales que hemos visto en los que hay mujeres mirándose al espejo y viéndose mucho más acuerpadas de lo que son. ¿Lo notaron? ¡Dije mujeres! porque sí, en lo poco que nos han enseñado sobre TCA, nos han desinformado y nos han mostrado que probablemente sea solo una enfermedad de mujeres. Pero no, los hombres también sufrimos de esto.
También hemos aprendido que la diferencia entre la bulimia y la anorexia es el vómito y ni siquiera nos han explicado qué es el trastorno por atracón, que por cierto, es el más común de todos.
Para mi bienestar, conté con un tratamiento integral: nutricionista, psicólogos y psiquiatras
Me sentía acompañado en los momentos difíciles, pero nunca escuchado; sé que es un tema difícil de abordar y sé que mis papás no lo tocaban porque no sabían cómo, o si lo hacían, yo era evasivo o les respondía con violencia.
¿Y saben por qué? Porque la mayoría de veces me sentía señalado y juzgado, mi familia hacía bromas que no me gustaban o que no me daban risa, a pesar de que lo intentara disfrutar y, generalmente, sentía que me convertía en una carga, solo por el hecho de que no entendieran que la bulimia responde, en la mayoría de los casos, a factores emocionales y no a la búsqueda y la necesidad de la perfección.
Era mi mente la que gritaba por ayuda, incluso más que mi cuerpo. Es difícil saber que todos los días te tienes que enfrentar al reto de ver la comida, de mirarte en el espejo, de ser mirado y señalado por los demás, y de ser cuestionado. Y lo más triste, es ser halagado: “Estás flaco”, “¿Cómo hiciste?”, “Yo quiero”.
Nunca supe si evadía responder esos comentarios por pena a que supieran lo que comía o porque no quería que nadie más viviera lo que yo estaba viviendo.
No es fácil ayudar cuando hay un problema que no se ve, sé que eso le pasa a muchos padres. Antes no se hablaba de estas enfermedades y siempre se han visto como un capricho en la cultura popular; pero es importante no dejar que los hijos toquemos fondo, porque a veces, solo a veces, nosotros somos los que levantamos la mano para pedir ayuda, pero en otras ocasiones, el daño puede estar pasando frente a todos sin darnos cuenta o sin darnos aviso para hacer algo al respecto. Y podría ser muy tarde…
A todos los papás que estén leyendo esto, les pido que actúen bajo la compasión, que hagan lo posible por entender y ser unos compañeros en este proceso que es el más duro de todos, porque es en contra de uno mismo, en contra del status quo; es algo que las personas no elegimos tener y que si contamos con ustedes es porque en muchos casos vemos un ejemplo a seguir.
Por otra parte, en serio, no nos importa “su época”, “su forma de comer”, “cómo eran sus papás con ustedes”, eso ya lo sabemos, o al menos yo siempre lo supe; no nos queda tiempo para ponernos a pensar o reflexionar en cómo era o lo que pudo ser, hay que actuar aquí y ahora y aprender a vivir en el presente.
Por último, me acuerdo de que una vez estaba en medio de un atracón (comer en grandes cantidades sin sentir control, acompañado de una fuerte sensación de culpa) y uno de mis padres lo que hizo fue regañarme y quitarme la comida delante de todo el mundo.
No saben cuánto hubiera preferido un abrazo o que me dijeran: termínatelo de comer despacio, respirando y conmigo, después nos vamos para la casa a relajarnos.
Entiendo el desespero de ver a tu hijo sufriendo, y más por algo que ustedes no pueden ver o entender, pero pasa lo mismo con nosotros, estamos sufriendo por algo que no vemos ni entendemos, o que peor aún, está al frente de nosotros cada vez que nos miramos a un espejo.
Llénense de amor y compasión, entiendan la vida de sus hijos, no busquen que sean perfectos, no se culpen, todo lo han hecho lo mejor que pueden y siempre tengan claro que al final del día la enfermedad es de quien la padece.
Acompañen, escuchen y amen, eso es lo mejor que pueden hacer.