Así se siente ser acosada en la calle

acoso

¿Te han piropeado vulgarmente en la calle? ¡A nosotras sí! Y es lo más incómodo del mundo, ¡pero está normalizado! En este artículo, Yoana (@yarenasb_) nos habla de la vez que fue víctima de acoso callejero. ¿Te ha pasado?


“Que ricas piernas, ojalá pudiera tenerlas encima mío. Esa falda está para sacarla sin piedad”.

Esas palabras las recuerdo ¡y me dan asco! me siguen intimidando.

Así viví el acoso callejero hace más de cinco años mientras caminaba hacia mi trabajo y estrenaba un vestido azul ajustado que me encantaba.

Ese hombre, el que me dijo lo de las ricas piernas y del que no recuerdo su rostro con claridad, estaba pintando la fachada de una casa junto a dos tipos más.

Ese día, a cierta distancia sentí cómo me miraba fijamente, así que decidí bajarme del andén por donde caminaba y pasar por la carretera. El hombre se bajó de la escalera donde estaba trepado y empezó a decir esas palabras que aún están presentes en mi cabeza:

“…Esa falda está para sacarla sin piedad”.

Lo único que pude hacer fue acelerar el paso, bajar la cabeza e intentar bajar mi falda.

Mientras tanto, los otros dos hombres que lo acompañaban se reían. Fueron instantes que se hicieron eternos.

Llegué a mi trabajo muy asustada pero no pude contarle a nadie lo que había vivido. En ese momento y durante años, pensé que era normal que te piropearan en la calle de esa forma, ¡estábamos acostumbradas a eso!

Con la única persona con quien lo compartí fue con mi pareja de entonces, quien se quedó muy sorprendido, pero solo atinó a decirme: “¿por qué no dijiste nada?”.

Esa pregunta ha rondado mi cabeza el resto de los días hasta hoy.


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¿Por qué no respondí?

Yo, la mujer con cara de brava, la que nunca se queda callada, la rebelde, la que muchas veces intimida. Esa mujer se había quedado aterrorizada ante el acoso callejero del que fue víctima.

No respondí porque me sentí insegura y violentada; solo pensé en avanzar para que el tipo no me hiciera nada malo (como si ya no hubiese hecho suficiente).

A todas no preguntan que por qué no decimos nada y creo que es porque nos acostumbraron a eso, a quedarnos calladas y con la vergüenza a cuestas, como si nosotras fuéramos las culpables o exageradas.

He durado años creando en mi cabeza la respuesta a esa intimidación y siempre que recuerdo el episodio, solo siento temor y de nuevo sale mi vulnerabilidad a flote.

Por eso decidí escribirlo.

Un episodio de mi vida que siempre he tenido escondido, un episodio que me hizo sentir como el ser más frágil del planeta. Este texto es una catarsis.

Mi vestido azul

Ese bello vestido azul y ajustado que estaba estrenando ese día no lo quise volver a lucir. De hecho, volvió a ver la luz el día que lo saqué del clóset para regalarlo.

A partir de entonces me da un poco de miedo usar minifalda o vestido corto, y cuando lo hago siempre miro para todos lados con nerviosismo, todo el tiempo atenta para no sufrir de nuevo un episodio como ese, como si el vestido fuera el culpable y no el hombre que se atreve a hablarte de esa forma en plena calle.

No es exageración, el acoso callejero te hace sentir tan diminuta y frágil, que no sabes cómo reaccionar y te puede marcar si no gestionas bien ese recuerdo desagradable.

Hombres, si leen esto, les digo: no hace falta que nos digan nada en la calle o que nos vean como si nos van a comer. Entiendan que no es cómodo, no es agradable escuchar las fantasías sexuales de un desconocido en voz alta y en una calle solitaria mientras los otros son cómplices con su risa o comentarios.

Deseo ir por la calle sin tener que estar pendiente de que nadie me atropelle con sus palabras o se meta conmigo por cuenta de mi ropa o maquillaje. Quiero caminar por la calle segura y en paz.

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Photo by Christin Hume on Unsplash


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