La ganadora del Pullitzer vuelve al género que la hizo mundialmente célebre.
La historia de Jhumpa Lahiri es casi tan fascinante como ella misma.
Hija de emigrantes bengalíes, nació en Londres en 1967. A muy corta edad, su familia decidió mudarse nuevamente, esta vez a Estados Unidos, donde se crio y estudió Literatura Inglesa en el Barnard College, además de otras especialidades como Escritura Creativa, Literatura Comparada o Estudios Renacentistas, en la Universidad de Boston.
En el año 2000, ganó el Premio Pulitzer por Intérprete del dolor, una recopilación de relatos breves. Era su primera publicación. Tenía 32 años.
Desde entonces ha publicado varios libros en diferentes formatos y géneros. En 2012 ingresó en la Academia Estadounidense de las Artes y las Letras.
Fue justo ese año cuando, con la intención de tomarse un año sabático, se trasladó a Roma con su esposo e hijos. Nunca más regresó a Estados Unidos.
Once años después, precisamente desde la ciudad eterna, publica Cuentos romanos, una recopilación de relatos breves en el que explora temas como la migración, el desarraigo, el amor y la soledad.
A propósito del lanzamiento de este último libro, tuve la oportunidad (¡y la suerte!) de conversar con la autora en Madrid.
Llegado el momento de nuestro encuentro, Lahiri, una mujer bellísima, menuda y sencilla, entró al salón donde yo la esperaba. Su presencia iluminó toda la estancia. Se movía en cámara lenta, casi levitando, como si estuviese por encima del bien y el mal.
Me sonrió tímidamente, se sentó delante de mí y esperó con ojos curiosos y sonrisa amable que empezara esta entrevista.
¿Qué tienen los cuentos que te gustan tanto?
Me gusta que las historias pueden pasar en un momento, sin interrupción, sin hacer paredes. Creo que los cuentos están más cerca de las poesías que las novelas y, además, todo el lenguaje y todo lo que se plasma en ellos está establecido de una forma muy específica y muy precisa.
Me gusta mucho la energía que tienen los cuentos y es algo que siempre he leído y siempre he admirado; siempre me ha gustado leer.
También me parece un estilo versátil, mucho más versátil de lo que muchísima gente piensa o considera, y siempre he estado luchando por darle este valor, ese reconocimiento de la belleza, porque es un estilo muy poco valorado.
Es un estilo al cual no se le da tanta importancia. Es un error pensar así porque yo pienso que es una forma extraordinaria.
Ahora que mencionas lo de darle importancia a la literatura, hay géneros a los que no se les da crédito, por ejemplo, hay gente que dice que la novela romántica no es literatura, ¿qué opinas de eso?
Creo que todos estos juicios que emiten las personas deberían ser capaces de pasar la prueba del tiempo. Elementos que ahora son considerados literatura, quizás antes no lo eran, porque se habían escrito de una forma más comercial o un estilo quizás un poco más popular. Pero el tema ahora es que como seres humanos somos menos sensibles a la pureza del idioma.
Hablamos de una forma más sencilla y corta, no buscamos nuevas palabras y casi hemos perdido la conexión con la literatura, con la poesía, por ejemplo, que se ha quedado como relegada a algo un poco más específico. Esa poesía que antes hablaba a un todo, a una generación más grande de personas, ya no está ahí y es difícil encontrar esa conexión, se ha quedado como algo mucho más especializado.
Pero es verdad que hoy más que nunca a la gente le gusta juzgar, le gusta encasillar con lo que no está de acuerdo; poner las cosas en cajas, -que no me gusta para nada-. Así que yo creo que algunos libros son literaturas y hay otros libros escritos que tienen otro tipo de propósito y actitud.
Me decías que hoy se habla y escribe con menos palabras y eso salta a la vista en Cuentos romanos, en el que la forma es aparentemente simple, pero el fondo es profundísimo, ¿fue una decisión deliberada?
Sin duda he intentado hacer más con menos, lo que me atrae de mi trabajo en italiano es que soy capaz de expresarme, pero sigo sintiendo de cierta manera que estoy de paso en el idioma, que tengo una mochila con las cosas necesarias para sobrevivir, pero no tengo esas raíces profundas que me atan al suelo. Me gusta mucho ese sentimiento de ligereza que me despierta eso.
La literatura que realmente ha pasado el examen del tiempo es la poesía, y la poesía es el ejemplo perfecto de lo que dije al principio: hacer más con menos, incluso, la poesía épica es rápida, es eficiente, todas las palabras están muy bien elegidas y están cargadas de sentimientos y significado. Es algo que me encanta del lenguaje, lo busco siempre y trato de reflejarlo en el trabajo que hago.
El carácter intimista de Cuentos romanos me conmovió mucho, en momentos me sentía espiando la cotidianidad de los personajes. También me gustó mucho que, a lo largo del libro, en muchas ocasiones podemos ver dos caras de la misma moneda
Me gusta mucho esta habilidad de cambiar los distintos puntos de vista de una forma inesperada. Por ejemplo, en la primera historia, uno piensa que las cosas son de cierta manera, pero al final hay un espejo que te está reflejando y te das cuenta de que la perspectiva que está ahí está fisurada.
Me gusta mucho jugar con esa idea y este es el libro en el que más personajes son escritores, en mayor o menor medida.
Por ejemplo, en el capítulo de La fiesta de Pe, el protagonista es escritor y siempre está esa versión de lo que él escribe por motivación y luego lo que es la realidad. Los escritores siempre se están moviendo en esa frontera entre la realidad escrita y la realidad inventada.
Normalmente, esa realidad que sucede saben que es más común, más ordinaria que lo que ellos escriben, pero también es una forma para ellos de reescribir la vida de cierta manera, son personas que siempre están tomando notas de las cosas que están sucediendo.
Sí que es cierto que existe ese hilo conductor entre todas las cosas que van sucediendo, todas estas historias y esta búsqueda de hablar y ver la manera de contar las cosas.
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Como emigrante que soy, un tema que siempre me toca mucho es el del desarraigo y el sentido de pertenencia, muy presentes en el libro, ¿dónde tienes tu sentido de pertenencia, Jhumpa?, ¿a dónde crees que perteneces?
Es una pregunta abierta (risas). Entiendo el sentimiento que dices, es algo que veía, por ejemplo, en mis padres cuando iban a la India, esas expectativas que ellos tenían, de lo que iban a ver, de lo que iban a encontrar y luego esta realidad que encontraban, porque la realidad avanzaba sin ellos. Para conocer un sitio de verdad lo que tienes que hacer es habitarlo, y muchas veces los hogares son personas y son personas que a veces no te perdonan por haberte marchado de ese lugar.
No sé exactamente dónde están mis raíces, pero pienso que están en las personas que quiero, en las cosas que me gustan, en la lectura y en la escritura. Entonces voy al mar o a una biblioteca; esos son sitios a los que sé que pertenezco.
La relación con el sentimiento del arraigo es bastante difícil, yo personalmente siento que no pertenezco a ningún sitio. No pertenezco al sitio donde nací, que es Inglaterra. Tampoco al país del que son mis padres, la India. Tampoco a Estados Unidos, donde me he criado. Pero tampoco siento que pertenezco a Roma, es un sentimiento que me gusta, estar ahí y sentirme como una visitante de una temporada.
Por otra parte, estoy consciente de que en esta realidad moderna que estamos viviendo siempre hay de por medio papeles, leyes, visados. Te marcan el tiempo, te ponen un sellito cuando entras y cuando vas a volver a salir. A veces siempre me siento de visita en el país en el que estoy.
Sí es cierto que a veces siento un poco de arrepentimiento, porque puedo llegar a echar de menos esa vida que no tuve por esta elección de ser más itinerante. Pero he decidido aceptar ese destino itinerante que me ha tocado vivir.
Entiendo que no es para todos, pero mi vida desde mis inicios ha sido así; yo lo único que he hecho es seguir con ese sentido itinerante.
Otra cosa muy palpable es que no idealizas Roma, en el libro nos encontramos con una ciudad con problemas reales, donde pasan cosas reales, ¿cuán importante para ti era mostrar la Roma que tú ves?
Era muy importante para mí mostrar mis propias fotos de Roma. Mostrar otra cosa, además de la versión icónica de Roma. Esas partes evidentemente están, pero también hay muchos problemas, hay otras circunstancias, hay elementos relevantes, como cómo se trata a la gente, la violencia que hay de distintos niveles en muchas zonas del país.
Son cosas muy complejas y para mí es muy importante mostrar a la Roma que yo veo con sus defectos, con sus elementos gloriosos, y soy consciente de esta situación.
Por ejemplo, los romanos, todo el tiempo se quejan de la ciudad, pero no se van. Es como si estuviesen atados a ella, pero a la vez quieren desprestigiarla constantemente y esa es una actitud que me interesa bastante.
Me pasaba a mí de pequeña cuando iba a visitar La India con mis padres, tampoco entrábamos en la categoría de turistas, a la gente a la que le decía que iba a la India me decían “ay, visita los palacios, vete a ver los elefantes y todas estas cosas”; y les decía “no, yo me quedo leyendo, si acaso voy al cine, estoy con mi familia”, pero no me gusta disfrutar solo esa visión limitada de la ciudad, que es la visión turística.
Siempre busco lo real, vaya a donde vaya, porque hay belleza y gloria en absolutamente todas las esquinas, pero como escritora quiero reflejar las partes más imperfectas o las partes más problemáticas de los sitios.
Leí en una entrevista que cuando saliste de Estados Unidos a Roma a hacer el año sabático y decidiste quedarte, querías construir tu propia identidad, reinventar tu identidad, ¿sientes que lo conseguiste?
La identidad siempre ha sido una palabra bastante limitante o plana para mí, porque no soy capaz de expresar realmente toda la profundidad de quien soy. Nuestras vidas se van modificando, se le añaden o quitan cosas.
Para mí ir a Roma fue una sacudida completa, esa identidad cambió hasta en el idioma en el que empezaba a escribir como escritora.
Sentí que hubo una transformación de la Jhumpa que se fue a Roma hace 11 años y la que está aquí ahora.
Hay muchas formas en las que me siento una persona diferente, pero hay muchas otras en las que me siento como la que he sido toda la vida. Y eso no se trata de ningún descubrimiento, sino de combatir las sombras, para modificar el paisaje que lleva dentro uno, por eso evito usar la palabra identidad.
En el libro tampoco especifico identidades, las personas de la historia no tienen etiquetas, no tienen nombre, no sabes de qué país vienen y es la manera en la que a mí me gusta para trabajar como escritora, porque ahí tengo libertad y en el mundo real no existen esas libertades.
Está su aspecto, está su nombre, está su pasaporte, quien coge ese trozo de papel y lo lee, prácticamente hace una serie de asociaciones que no tienen por qué corresponderse con la realidad, y es que estamos en un momento en el que automáticamente todo el mundo encasilla a alguien para decir dónde encajas tú, cuál es tu caja, es completamente distinta a la mía.
¿Tiene algún ritual para escribir?
Me gusta escribir en la mañana con la cabeza fresca, sin haber respondido ningún correo y antes de enfrentarme al mundo real.
Lo ideal es venir del mundo de los sueños, del inconsciente y entrar directamente con esa energía al trabajo, ya sea que vaya a leer, escribir, traducir.
Intento mantener eso siempre que puedo. Pero mi día prácticamente empieza con silencio, una taza de té y trabajo que tenga que hacer, no solamente escribir, sino que puede ser a lo mejor leer o pensar.
A esa voz que tenemos en la cabeza que nos dice que “estamos escribiendo mal, que no somos suficientes, ¿quién nos va a leer?”. Nosotras en Asuntos de Mujeres la llamamos “La cabrona” por razones obvias. ¿Tienes tú a una cabrona en la cabeza y cómo lidias con ella?
Yo creo que debes buscar la relación ideal con esa voz, porque pienso que si está ausente tampoco es algo bueno.
Pienso que es un verdadero privilegio poder pasar tu tiempo pensando, trabajando con palabras y compartiéndolas con lectores.
Hay días en los que me paro y sí digo, “mira todos estos libros maravillosos que hay en el mundo, ¿por qué tengo que agregar otro?, ¿quién necesita lo que voy a decir?”, pero el síndrome del impostor no está conectado con el producto final, que en el ideal es un trabajo publicado.
El síndrome del impostor viene de otro lugar, así que creo que tienes que permitirle a esa voz existir, pero no escucharla. ¿Tiene sentido? Es como, hay un fantasma en esta habitación, pero está bien, debe estar aquí, pero no debe aterrarme ni controlarme.
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