A veces, los momentos de iluminación ocurren de las formas más inesperadas.
Hace unas semanas me invitaron a un cumpleaños en un local nocturno. Ya al final de la fiesta, mientras esperaba que el valet parking me entregara mi carro, vi una silueta tambalearse en la oscuridad. Era una mujer, se balanceaba como Bambi aprendiendo a caminar. Se acercó a mí lo suficiente como para darme cuenta de que no estaba ebria. Me miró con cara de dolor y mientras se apoyaba contra la pared sentenció: “Estoy segura de que los tacones fueron inventados por un hombre”. Le sonreí, por solidaridad femenina y traté, sin éxito, de recordar la última vez que utilicé ese tipo de zapato. Creo que han pasado unos seis meses.
Desde pequeña camino con la punta de los pies, es como si cargara unos tacones imaginarios. Por eso cuando tuve cierta edad fue casi natural que este tipo de zapato se convirtiera en mi favorito. Los usé todos: plataformas, stilettos, de trabajo, para pasear… Tenía, incluso, unos tacones “de domingo” (lo que sea que eso signifique).
Es una barbaridad lo que nos hacen afirmaciones como “para ser bella hay que ver estrellas”, más cuando vienes del país de las misses. Los tacones alargan la figura, te hacen ver más elegante, te estilizan, levantaban el pompis, todo a cambio de un par de ampollas y dolor de pies. Un precio que pagaba feliz a cambio de parecer una gacela o una amazona con dos kilómetros de piernas.
El asunto es que mis pies dijeron basta y de gacela pasé a tener patas de elefante. Así que por decisión médica, y en contra de mi voluntad, debí alejarme de mi amado tormento. Como era de esperarse le hice un mini berrinche al doctor; fue tanto mi drama que el traumatólogo me dio permiso para usar tacones de vez en cuando, si la ocasión lo ameritaba, solo por un par de horas, siempre y cuando tomara 1000mg de Glucosamina y le prometiera que cuando llegara a casa iba a poner los pies en hielo. Era algo ridículo ¿todo eso por un par de centímetros extra?
Conforme pasó el tiempo, y cuando mis pies recobraron su forma humana, comprendí que la salud es primero, que el propósito de lo pies es permitirnos desplazarnos y que con inflamaciones, ampollas y dolores no se puede llegar muy lejos.
Sí, obviamente la industria de la moda juega en contra de mi argumento, con zapatos con diseños espectaculares que desafían la gravedad. Al final es una pelea entre el glamour y la comodidad. No pretendo con esto convertirme en una evangelizadora de los zapatos al ras del piso. Solo miro hacia atrás y me río porque pienso en la muchacha achacándole sus dolores a los malvados hombres que inventaron ese instrumento de tortura, olvidando que usarlos es nuestra decisión, que se puede ser bella caminando con firmeza, con el pie completo sobre el suelo, asumiendo la vida sin tacones un paso a la vez.
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