Conoce la historia de como el “Mindfulness” le aclaró la cabeza a nuestra colaboradora e hizo que tomara una decisión díficil pero necesaria: el divorcio.
Un buen día cuando mi hijo tenía menos de un año, las cosas se dieron para ir a un retiro de Mindfulness con Claude Anshin Thomas.
Estuve tres días practicando diferentes formas de meditación mientras en los descansos me exprimía leche como una vaca y al final de la tarde, me iba a mi casa a estar con mi pequeño para el día siguiente repetir.
Hice el curso sin conocer a nadie, es más, cuando fui a la charla con Claude Anshin me pareció interesante pero no me cautivó. Pero allá fui a dar y menos mal. Pedí hablar con él, no sabía bien qué preguntar, pero sabía que tenía que pedir turno y cuando nos vimos frente a frente, algo le pregunté, y me dijo: anote mi correo porque tal vez me quiera escribir. Y así fue.
Los días luego del retiro fueron confusos. Ya estoy acostumbrada a que a veces me tardo en decantar este tipo de experiencias y es normal, pero esta vez fue diferente. Parecía una fiera enjaulada que quería morder a alguien, y no alguien en general sino a alguien en específico: mi ahora ex-marido. Él me hablaba y yo respondía furiosa ante cualquier cosa, y meditaba como me habían enseñado 5 minutos en la mañana y 5 en la noche. Pero la furia se apoderaba de mí.
¿Cómo después de meditar y meditar y creerme la más conectada con la “Divinidad” estaba así de iracunda?
Había algo que no me cuadraba de todo esto y entendí por qué Claude me había dado su mail. Tomé impulso y le escribí. Le quería decir que me sentía como una leona enjaulada, pero entendí que era una leona fuera de su jaula, que estaba defendiéndose para no volver a ella.
No estoy diciendo que la jaula era mi ex necesariamente, la jaula la había creado o permitido crear yo. En todo caso, ése era un lugar donde no quería volver.
El sabio Monje me respondió muy amablemente que el Mindfulness no necesariamente te hace ser “Zen”, al menos en un primer estado, lo que hace es que te quites los velos de una realidad que no quieres ver.
Seguí meditando, lo hice muy juiciosa por varios meses de esta forma, y busqué ser más consiente de mis reacciones. Ya no metía el grito sino que respondía adecuadamente pero sin dejar de hacer el punto que quería. Me conectaba adecuadamente con la rabia porque hay cosas que dan rabia, sin seguir tratando de tapar el sol con un dedo. Yo lo trabajé internamente pero no lo manifesté.
Fue mi ex quien sugirió terapia, luego otra terapia, y luego ya decidimos que no había como recomponer la cosa. Y que era lo mejor para los tres seguir cada uno su camino.
Finalmente dejé de meditar, entre otros, porque Claude Anshin me iba incrementando el tiempo de meditación y me recomendaba unas oraciones particulares, y ya soy muy mala hierba para una religión.
El caso es que el Mindfulness me sirvió para estar más presente en esta vida y vivirla intensamente disfrutando las pequeñas maravillas que nos suceden, que además son infinitas.
No es necesariamente para conectarse con el más allá, creo que la tarea es conectarse con el más acá, con nosotros mismos y con lo que vivimos, y pues sí, también con el más allá pero con menor frecuencia.
Por eso el Mindfulness fue como una suave bofetada. Me sacó de la olla de agua donde moría lentamente como el sapo sin darme mucha cuenta de lo que estaba pasando. Sigo utilizando sus herramientas y sobre todo su filosofía de vivir presente en el aquí y el ahora, disfrutando cada cosa y dejando fluir los sentimientos.
Luego de la tormenta y del dolor, le agradezco al Mindfulness que me sacó de un camino que me ahogaba y que me costaba aceptar, porque cuando fui feliz, fui muy feliz.
Esperaba que ese ser a quien amé volviera, y él esperaba lo mismo, pero lo cierto es que ya no somos los mismos, ni queremos ser los mismos y definitivamente somos mejores así.
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