En su casa siempre le repitieron que estudiara para que no terminara “limpiando pisos”. Sara Armas (@searmas) estudió una carrera, un postgrado y un máster, y cuando se mudó de Venezuela a Barcelona, le tocó fregar y limpiar oficinas. Esto supuso una crisis para ella y la gran pregunta: ¿Quién soy?
Te reto a que contestes la siguiente pregunta ¿Quién eres? -sin mencionar trabajo, nacionalidad y género-.
¿Te costó responder?
Debo decir que este ejercicio me llegó en un momento sencillo, la depresión se disipaba y podía contestar con seguridad, sin embargo, te confieso que a veces olvido mi respuesta, cambio palabras o simplemente no me las creo.
Porque es más fácil aferrarme a lo que está arraigado por crianza, que empeñarme en mi esencia, lo que siempre he tenido dentro, pero no lo consideraba tan importante.
En las casas latinas, y especialmente en la mía, era muy común escuchar: estudie para que sea alguien en la vida. Es evidente que si quieres labrarte un futuro medianamente digno no tienes otra opción que estudiar para poder conseguir un trabajo y subsistir. Otra variante del fulano dicho es: estudie para que no limpies pisos.
Pues te voy a contar que un día me encontré limpiando pisos luego de tener una carrera universitaria, un postgrado y un máster. Allí entendí que la sabiduría popular no siempre es tan sabia y mucho menos se actualiza.
De repente todo el imaginario que había asumido como verdad, desde que tengo uso de razón, se desplomaba, era inconsistente, no tenía sentido. Al verme en esta escena, inmediatamente vino a mi mente la frase: “estudie para que no limpies pisos”, y mi reacción fue morir de risa y pensar ¡qué ridiculez!
Y no me malinterpretes porque esto no tiene nada qué ver con limpiar, pero sí tiene todo que ver con la crianza y las costumbres.
La realidad del inmigrante
Emigrar es de las pocas cosas que se nos pasaba por la cabeza, al menos a los venezolanos. Llegué a la ciudad de Barcelona, España en el otoño de 2011, sin tener idea de quién era Antonio Gaudí ni que existía tal monumento como la Sagrada Familia. Pero yo vine a estudiar como me lo planteé en algún punto del bachillerato, a conocer mundo y a comérmelo.
¿Emigraste de tu país? Nosotras sí y sabemos que es un proceso de adaptación largo, difícil y muchas veces doloroso. Aquí te dejamos dos artículos que tocan el tema, te los recomendamos.
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Y aquí viene la escena de la limpiada de pisos
A mis veintipicos y con muchos títulos encima que al parecer no habían servido para mucho, estaba fregando una oficina. Aunque me reí estaba rota, no por tener que limpiar, sino por el hecho de haberme esforzado tanto para que mi “destino” no fuese ese, e igualmente me tropecé con él.
Me costó mucho superar ese momento y cuando digo mucho quiero decir años, dolor y terapia. Porque apenas estaba entendiendo que no soy lo que hago, pero eso fue lo que aprendí.
Y ¿cómo se desaprenden 26 años (para ese momento) de creencias incorrectas? ¿cómo se cambian convicciones que parecen no encajar y se derrumban con la incertidumbre de estos tiempos?
¿Qué pasó? Se supone que, si estudiaba, no iba a limpiar pisos. Se supone que, si estudiaba sería alguien en la vida. Entonces si no estoy haciendo lo que estudié porque en teoría, lo que hago es lo que me da valor, ¿no soy nadie?
Cambió completamente la percepción que tenía de mí
Esto me afectó a tal punto que evitaba reuniones sociales en las que cabía la posibilidad de la típica conversación: ¿qué haces? ¿en qué trabajas? ¿a qué te dedicas?
La frustración y la sensación de fracaso estaban instauradas en mí, además de estar absolutamente perdida sobre quién era.
Recuerdo que, en una clase de psicología en el colegio, nos dijeron que llegaría un momento en la vida en el que, lo que nos enseñaron en nuestra casa, esas convicciones con las que habíamos vivido y eran ley, cambiarían o las empezaríamos a descartar. Lo que no supieron decirnos es cómo se hace para que no te descoloquen la existencia.
En el camino que ha transcurrido desde esa mañana en la que me planteaba si limpiar era la única oportunidad que había para mí, hasta mi trabajo de ahora (en el que tampoco hago lo que estudié) y desde donde escribo estas líneas, rememoro todo este proceso y creo que mi conclusión es que tu identidad y valor como persona no pueden estar sujetas o puestas en cosas que no te pertenecen.
Sí, tu trabajo no te pertenece, aunque te lo has ganado con mucho esfuerzo. Tu casa no te pertenece, aunque la pagaste. Tus hijos no te pertenecen, aunque los pariste, y así un etcétera infinito. Cuando algo de esto cambia o se tambalea ¿qué pasa con tu identidad?
Te pertenece tu autoestima, tus cualidades, eso que hace que tú seas tú y que no te parezcas a nadie más, tu autenticidad. Es soltar y dejar de dar por sentado que algo es nuestro, solo por el esfuerzo que ha significado para cada uno.
Eres alguien porque existes. Punto.
Algunos apuntes que rescato como aprendizaje de este episodio son:
- Definitivamente no soy lo que hago y lo he convertido casi en un mantra, porque a veces se me olvida.
- Descubrí que limpio súper bien.
- Tengo permiso para quejarme, frustrarme y estar molesta porque mis expectativas no se están cumpliendo, pero no me puedo quedar demasiado tiempo allí porque es un hueco que solo me lleva a la autocompasión y no a la acción.
- Enfócate en tus virtudes. Haz una lista de las cosas en las que eres buena, pídele ayuda a tus amigos y familiares más cercanos porque te encontrarás frente a un papel en blanco y una mente que pensará primero en todas tus debilidades.
- Soy alguien por el simple hecho de existir, lo demás me complementa, pero no me define ni me agrega valor como persona.
Si no has podido responder quién eres sin utilizar el comodín trabajo, nacionalidad, género u otro que te guste, te felicito, es un buen punto de partida para empezar a conocerte y descubrir tu esencia.
Y a los que lograron contestar, me alegra que lo tengan claro y que siempre puedan volver allí cuando la mente empieza a enturbiarse con pensamientos incorrectos sobre nosotros mismos.
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