No puedo llorar, ¿Te pasa lo mismo?

no puedo llorar

Lee este relato en el que Majo (@majopava), nos habla de su incapacidad para llorar en los momentos difíciles, ¿Te ha pasado lo mismo? (Si quieres escribir textos como este, sigue leyendo).


*Texto seleccionado de uno de los retos de escritura de Asuntos de Mujeres.

Vi el cadáver de mi tía sobre la camilla, la piel amarilla, una venda que cubría toda su cabeza, los labios morados, los brazos atravesados por cables, el rostro de la muerte.

Vi a mi abuela aferrándose a ella, aunque ya no estuviera allí, aunque mi madre tratara de hacerla entender: ya no está. Se acabó.

Escuché el chillido de la máquina, mis ojos vieron la línea recta, ya no había picos. La vida sube y baja, mientras que el fin es un camino largo, infinito.

Todos lloraban.

Todos lloraron durante los días siguientes. A mi tía la querían mucho. Era monja. Su velorio me recordó a esas misas largas de semana santa. Me sentía asfixiada, pero no triste. Nunca sentí tristeza por su muerte.

Mi madre me miraba, me reprochó muchísimo la falta de compasión.


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“Seguro no amabas a tu tía”, me dijo antes de ir al cementerio. No respondí nada, tampoco fui a dar ese último adiós tan absurdo.

¿Adiós?, mi tía se había ido dos días antes, le dirían adiós a un cuerpo sin sangre, a un cuerpo lleno de formol.

Esa misma tarde fui de nuevo a trabajar. Lo necesitaba. Apenas llegué a la redacción me asignaron un caso: “Triple homicidio en el Bolívar”, me dijo mi editor. Tomé mi libreta y salí junto al fotógrafo.

Charcos de sangre, moscas posándose sobre los ojos aún abiertos de los cadáveres, heridas que dejaban al descubierto huesos rotos, vísceras regadas en el pavimento. Niños descalzos, sucios, corriendo a un lado de la muerte. Mujeres sonriéndole a los policías. Vida y muerte sucediendo al mismo tiempo.

Esa escena tampoco me hizo llorar.

Vi la muerte muchas veces durante cuatro años. Tiempo después y con mucha terapia descubrí que no lloré a mi tía, no porque no la amaba sino simplemente porque mi cerebro me hizo incapaz de llorar. Un mecanismo de defensa que – años después – sigue aquí conmigo convirtiéndome en esta mujer que no llora aunque me sienta en la mierda.


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