¿Ves los matrimonios fallidos como un fracaso? ¿en una ruptura amorosa te detienes a pensar en lo aprendido junto a esa persona o solo te sucumbes en la tristeza? La psicóloga Vanessa Uribe (@psicologa.vanessa.uribe) hace una reflexión sobre cómo terminar un matrimonio o una relación sí es un caso de éxito y sí trae beneficios. ¡No te lo pierdas!
En nuestra sociedad, las relaciones de pareja son medidas por la cantidad de tiempo que duran. Si no fue para siempre, para muchos fue un absoluto fracaso.
Muchas personas no se casan si intuyen que no va a durar toda la vida. “Cásate con ‘la persona’ de tu vida; de lo contrario, ni lo pienses”. Por supuesto, por “la persona de tu vida” entendemos a alguien que estará junto a ti hasta el día que te mueras.
¿Qué ganamos y qué perdemos cuando creemos que lo que vale la pena es lo que dura para siempre?
En mi consultorio escucho a hombres y mujeres con lágrimas en sus ojos, decir: “Soy un fracaso, mi matrimonio terminó”. Los observo conmovida y me pregunto: ¿Cómo llegaste a concluir que ES un fracaso? ¿Qué creencias sostienen esta idea?
Sin duda, está la creencia, heredada de generación tras generación, de que el matrimonio NO DEBE terminar, la cual era algo útil hace décadas o siglos. Este se necesitaba para garantizar la reproducción y un sistema económico con cierto orden. También, esta forma de unión se fomentaba en un contexto religioso.
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Pero, ¿y ahora? ¿Cuál es el beneficio del matrimonio?
Mis pacientes continuamente “desechan” años de relación porque llegaron a su fin. Su matrimonio solo hubiera valido la pena si pudieran llamarse a sí mismos “viudo” o “viuda”. Si la palabra es divorciado(a) o separado(a) nada tuvo sentido. Me equivoqué, me traicionaron o traicioné a alguien, no fui capaz de algo, estoy derrotado(a), las apariencias engañan, etc.
Por lo general, no veo ningún beneficio en estas conclusiones, es más, lo que veo es que las personas se hunden todavía más en su duelo. Y cuando intentamos rastrear cómo construyen sus opiniones, a qué o a quiénes les son fieles al pensar así, nos sorprendemos: no siempre hay claridad. No lo saben muy bien.
O sí lo saben: “Mi mamá me enseñó…”, “La Iglesia lo dice…”, “Todo el mundo lo logra y yo no…”.
También encontramos un pensamiento característico de nosotros los occidentales: “Si funciona, hágalo”, “Si da buen resultado, fue algo bueno”, “Si el resultado es malo, hay que mejorar los errores”, etc. Si la relación dura un mes, fue algo insignificante, no hay por qué llorar. Si duró años, sí es importante y terminarla es una derrota. Es como si fuera posible medir los sentimientos en tiempo cronológico y con base en esto, se emite un juicio que condena.
Nos hace falta recuperar el valor del camino y del proceso, y no solamente del final o del resultado
Las relaciones de pareja, medidas por dicho resultado, se transforman en una carrera a vencer, una competencia que resistir, un marcador a veces vacío, sin sentido. Si compartir la vida con otro tuviera otro objetivo más importante, simplemente el de vivir lo que sucede HOY, dure lo que dure, nadie se sentiría fracasado si la relación termina.
Lograr conocer a alguien, enamorarse, decidir estar junto a él, compartir proyectos, amarse y crecer juntos, es en sí un éxito, porque podría nunca haber ocurrido. Esa persona que está a mi lado pudo nunca ser, no estar para mí, y viceversa. Pero OCURRIMOS. Sucedió o está sucediendo. Y eso es una maravilla en este universo infinito de coincidencias, espacios, posibilidades y azar.
Tu matrimonio o tu relación ya es/fue un éxito. Un logro. Una maravilla. Porque ES, cuando podría no haber sido.
Es similar a la vida. Estar vivo es un espectáculo, porque podría estar muerto, podría morir en cualquier instante pero sigo siendo y estando aquí. Todavía soy, existo. Casarte o vivir con alguien fue un hecho extraordinario, ocurrió y aunque terminó y no duró toda la vida, ¡FUE! Cada día valió la pena porque esa es la vida: un periodo corto. Un breve espacio en el que suceden muchas cosas o no.
Y en esa sucesión de experiencias se da la vida, se vive y se goza esto que terminará. ¿Para qué hacerlo si no será para siempre? ¡Pues para eso, para vivirlo!
Para atravesarlo. Es hacerlo “en nombre de que existe y ocurre”. Es acudir a lo que me pasa hoy contigo, a mi decisión de estar ahí. No por su duración, sino porque YA ES. Y COMO YA ES, LO HONRAMOS. Le hacemos espacio, lo disfrutamos, lo sufrimos y lo seguimos creando.
Y porque existe, es maravilloso.
Los invito a dar un paso atrás. A primero valorar qué es o fue, para después determinar qué adjetivos quieres ponerle a tu matrimonio. Olvidamos algo esencial: la vida no vale la pena por su duración, sino porque ocurre. El amor no es valioso solo si dura años, es maravilloso porque ocurre, porque te sucede y transforma tu vida mientras te pasa.