Yo tuve depresión postparto

Una historia honesta contada por Maricarmen Cervelli (@maricarmencervelli), sobre la depresión que padeció cuando se convirtió en mamá.


Ya he hablado mucho del tema, pero de esto hay que hablar más, y nunca les he contado con detalles lo que me sucedió cuando comencé a padecer depresión postparto.

En el año 2013 la prueba dio positivo y mi esposo y yo estábamos felices, porque lo que venía en camino era un bebé deseado y planificado.

Cuando “descubrí” mi embarazo, trabajaba en una radio muy importante de Colombia, en la que me ofrecieron un programa que se transmitía de 10 pm a 6 am. Cuando les dije que estaba embarazada, me respondieron que ya no podían contratarme y me quedé sin trabajo. En ese momento, no calculé la consecuencia de aquella noticia y decidí disfrutar mi embarazo con todos los hierros.

Entonces me inscribí en clases de yoga prenatal, leí numerosos libros de embarazo, parto, lactancia y crianza, me dediqué a hacer ejercicio, dormir sabroso y disfrutar.

¡Tuve un embarazo envidiable!

Me preparé para tener un parto natural, hice curso de pujos y respiración para el parto. Cuando me preguntaban si me afectaría una cesárea, yo decía que no, que lo importante era que mi hija viniera sana y que no pasaba nada si me practicaban una (pero eso era mentira, porque en el fondo deseaba que fuera un parto natural a toda costa).

El 5 de febrero de 2014 me indujeron el parto, estuve ahí un día entero tocándome los pezones, cantando y haciendo de todo para estimular el parto natural. Pero qué va, no dilaté ni medio centímetro y la consecuencia fue: cesárea. ¡Me sentí muy frustrada! pero no le conté a nadie, lo importante es que la bebé naciera bien y ya.

En el quirófano se oía un bossa stone que me puso el doctor para que me relajara, y ahí, al lado de mi esposo y medio dormida, Emilia salió del tirón.

Esperé que la luz divina que baja del cielo cuando el bebé nace, bajara hasta mí para iluminarme y generar ese enamoramiento inmediato e irremediable entre la bebé y yo; pero, ni hubo luz, ni hubo enamoramiento y no hubo piel con piel, ni siquiera me la pegaron un poquito. Ella nació y se la llevaron de una, y yo me quedé en la dimensión desconocida.

Ya en recuperación, se me acercó una enfermera muy antipática y me dijo: su hija está llorando, la voy a traer para que le dé comida. Y enseguida trajo a una bebé muy enojada por el hambre, me la puso en la teta y se fue. Yo tenía aún una pierna dormida y el cerebro también, y Emilia necesitaba la teta y yo no sabía donde estaba la teta, lo juro. Nuestro primero encuentro fue desastroso y decepcionante.

Con el correr de los días, tenía yo a la bebé más linda que puedan imaginar en casa. Pero la maternidad me superaba, me sentía incapaz de hacer cualquier cosa (aunque las hacía), y no sentía nada, no sentía amor, ni desamor; no sentía cosquillas, ni emoción. Yo solo sabía que tenía una bebé a la que debía cuidar porque yo era su mamá.

Y empezó la lactancia, como la peor experiencia de mi vida, tanto, que le agarré susto y fobia. Me dio mastitis dos veces, tenía fiebre y llagas horribles en la boca. Odiaba amamantar. Emilia lloraba todo el día sin descanso y yo también. La situación se iba poniendo más complicada cada vez.

Todo esto me empezó a angustiar. Mis expectativas de maternidad no se habían cumplido y el postparto no se parecía en nada a lo que yo había soñado (y estudiado).

No tener trabajo, ni nada más comenzó a cobrarme peaje. Me imaginaba ahí, reducida a la maternidad, eternamente cambiando pañales y atendiendo a una bebé 24 horas al día. Me sentía frustrada y culpable, culpable de no querer estar en casa, culpable de querer salir a trabajar como antes, culpable de lo que sentía, de no ser buena mamá, de no querer a mi hija, de odiar la lactancia, de odiar a otras mamás, de estar arrepentida.

Y entonces, comencé a pensar en cosas horribles, me obsesioné con la idea de que a Emilia le pasaría algo malo, ¡Que yo le haría algo! Comencé a preguntarme por qué me había metido en esto, comencé a decirme que la maternidad no era para mí, planifiqué huidas y abandonos, lloré a solas en el baño, no sabía quién era ni para dónde iba…

Lo mío era ansiedad y angustia constante, un coctel que no me dejaba dormir ni descansar. Los pensamientos me invadían y se convertían en voces en mi cabeza, que me llevaban a la desesperación; me metía en el baño y abría la ducha para llorar con ganas, sin que nadie me escuchara, y le escribía a mis amigas diciéndoles que me sentía muy confundida y que algo andaba mal.

Hasta que me di cuenta de que nada de esto era normal y le conté a mi esposo y luego al ginecólogo y luego al psiquiatra.

Mi diagnóstico: Depresión postparto.

Mis causas: Situaciones del pasado no resueltas, ideas preconcebidas de la maternidad, redes sociales mal utilizadas, modelos de maternidad con los que me comparaba, presión social, auto-presión, problemas para soltar el control, perfeccionismo y autoexigencia al extremo.

Un año y medio de terapia profunda, con brotes de esperanza y bajones de angustia e infelicidad. Un año y medio de entender mi nuevo mundo, de digerirlo, de reencontrarme con quien era, de construir una relación de amor con mi hija, como dos personas que están saliendo y se están conociendo.

De aprender que uno viene con un montón de creencias preconcebidas de la maternidad, con expectativas maravillosas, con la idea de que las cosas sucederán de una sola forma y lo demás no tiene cabida, con ese pensamiento de que la maternidad cambia todo (que lo cambia) y ya no tendrás ganas de ir al trabajo ni seguir siendo persona, solo tendrás ganas de estar con tu bebé todo el día y cuidarlo.

Y lo tuve que aceptar, tuve que aceptar que me enfermé de depresión, que necesitaba contarlo, necesitaba terapia, ayuda de mi familia y de mis amigos, necesitaba entender lo que me sucedía y necesitaba también dejar de sentir vergüenza… Y perdonarme.

Porque nos enseñaron a sentirnos responsables y avergonzados si tenemos depresión y la gente nos pregunta por qué nos sentimos mal si tenemos todo, si deberíamos estar felices, si tenemos un bebé precioso y si ser madre es lo mejor que le puede pasar a una mujer. No, a veces no es lo mejor.

Mis principales apoyos fueron mi esposo, mi mamá, el psiquiatra y mis amigas. Sin ellos, no habría sido posible salir de esto sola, porque a veces la voluntad no es suficiente.

Y sí, hoy puedo decir que la maternidad me ha dado un vuelco muy positivo, no tengo la culpa de haber padecido depresión, yo no lo decidí. Lo que sí decidí fue buscar ayuda, hablar de esto, tomar mi tratamiento, sanar y curarme. Por mí, por mi hija…

Foto por Daniel Garcia en Unsplash


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