¿Cuándo soy cómplice de abuso?

Abuso sexual

Hace unos días les hice una encuesta a siete compañeros/as de la universidad, después de contarles una historia hipotética que escribiré aquí:

Isabella fue el viernes a una fiesta con sus amigas, y Pablo, su ex, un tipo muy conocido y popular, estaba ahí. Pablo se le acercó, la tomó de la mano y, después de decirle algunas cosas al oído, la invitó al baño. Isabella parecía incómoda. Ella le decía que no quería ir, que por favor la dejara en paz; y él optó por empujarla (“sutilmente” para que nadie se diera cuenta). Ambos se encerraron en el baño.

Dos chicas de un salón diferente al de Isabella, vieron lo que sucedió desde el principio: la insistencia de Pablo y las negativas de Isabella. Se hacían comentarios entre ellas y se notaban inquietas. Al cabo de un rato, los vieron salir del baño y notaron que Isa tenía una actitud extraña, como de disgusto o confusión. 

Ambas chicas decidieron actuar como si nada hubiese pasado.

No supimos qué sucedió dentro del baño, pero de todas maneras, nadie preguntó. La única pista que quedó de este episodio, es que Isabella se fue de inmediato de la fiesta.

¿Estas chicas fueron cómplices de lo que pudo haber pasado en el baño?

De la encuesta, seis de mis compañeros/as respondieron que “sí”, mientras que uno de ellos me dijo que no creía que estas chicas fueran cómplices, porque no conocían la situación y no eran amigas de Isabella, por lo que no podían preguntarle a ella si estaba bien o no ante una posible situación de abuso o acoso.

¿Fue Isabella víctima de abuso?

Empecemos por el principio: ¿Qué se considera abuso?

Muchas acciones son abuso o acoso, aunque se hayan normalizado en nuestra sociedad. Según PlanetParenthood, que ofrece servicios de salud reproductiva, educación sexual e información sobre sexualidad a escala mundial, algunas situaciones consideradas abuso son:

  • “Alguien te fuerza a que lo beses”.
  • “Alguien te da palmadas en el trasero sin tu consentimiento”.
  • “Alguien que te retiene contra su voluntad, te besa y te toca”.
  • “Alguien toca tu cuerpo y tus partes íntimas sin tu consentimiento”.
  • “Alguien frota sus genitales contra ti sin tu consentimiento”.
  • “Alguien te muestra sus genitales o te fuerza a que los toques sin tu consentimiento.”

Ahora bien, ¿cuáles son las razones por las cuales las personas no cuentan que vieron un episodio de abuso?

Pueden existir varias razones, pero entre las más comunes se cuentan:

  • Puede ser alguna amiga o amigo del abusador y por eso se queda callada/o, aunque crea que su amigo no esté haciendo lo correcto, es decir, “pone su amistad por delante”.
  • Una persona que decide no meterse en “esos asuntos”, porque considera que no le incumben o porque simplemente no le importa.
  • Alguien a quien le da miedo denunciar y convertirse en “la chismosa” o que tema sufrir las consecuencias de denunciar al agresor.
  • La persona que ayuda a que se perpetúe el abuso presentándole víctimas al abusador.
  • Alguien convencido de que denunciar no es la vía, porque las autoridades no hacen nada al respecto.

Para profundizar en el tema, decidí conversar con Vanesa Giraldo, psicóloga especialista en maternidad y mujer; y Alessandra De Castro, psicóloga clínica.

Giraldo explica que muchas personas no denuncian o son cómplices de abuso, porque lo han normalizado y porque les han enseñado que “no es para tanto.“

“Todavía escuchamos muchos comentarios lamentables como ‘la violaron porque estaba borracha, entonces, ¿quién la manda a tomar?”, afirma.

Y agrega que “es por eso que en los espacios de fiesta no hay muchas cosas que se interpreten como abuso aun cuando lo son, porque todavía hay una cultura de la violación, una cultura del consentimiento; y el hecho de que exista eso, hace que no logremos avanzar.”

¿Qué pasa cuando me vuelvo cómplice de abuso?

Simple: muchos Pablos meterán a más mujeres dentro del baño, nadie hará nada y probablemente nadie le creerá a las víctimas. 

Peor aún, la persona agredida será revictimizada porque casi siempre se le considera responsable a esta y no al agresor.

Sin embargo, al convertirte en cómplice, también es probable que comiencen a surgir una serie de emociones y conflictos internos. 

Puedes empezar a experimentar sentimientos de culpa, responsabilidad y un GRAN arrepentimiento por no haberle dicho a nadie y por el temor de que el abusador sea una amenaza para más personas.

La psicóloga Alessandra De Castro explica que la respuesta emocional ante la complicidad varía de persona a persona, pero es común que aparezcan sentimientos de culpa, miedo, arrepentimiento y dudas sobre las acciones pasadas.

 Esta tormenta emocional puede extenderse, dando lugar a una ansiedad constante por la incertidumbre de lo que pudiese pasar. 

Es importante destacar que no todas las personas que se convierten en cómplices experimentan estos sentimientos de manera intensa.

 Algunas, por el contrario, no se sienten ni culpables ni cómplices; y esta experiencia no genera un impacto significativo en sus vidas.


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¿Qué pasa cuando ayudo a la víctima?

Cuando elegimos ayudar a una víctima, estamos tomando una decisión crucial que puede tener un impacto significativo, no solo en la vida de la persona afectada, sino también en la forma como nos relacionamos con nuestro entorno y con nosotras mismas.

De Castro destaca que al ayudar a personas involucradas en episodios de abuso, experimentamos una sensación de bienestar y empatía hacia el otro, lo que significa estar en la posición de la víctima y enfocar nuestra energía en brindarle apoyo, fortaleza, seguridad y respeto.

En situaciones como la de Isabella, que fue llevada al baño por un chico sin su consentimiento, ayudarla antes o después de lo ocurrido, es un acto valiente, porque demuestra que te importa la víctima, —la conozcas o no—, y que no soportas ningún tipo de conductas de abuso, acoso o violencias normalizadas.

De Castro dice que las personas cómplices pueden sentirse de diferentes maneras, dependiendo de su personalidad, historia y relación con la víctima. Puedes sentirte feliz, triste, enojada, confundida o una mezcla de todo. No hay una forma correcta o incorrecta de sentirse, lo importante es reconocer tus emociones y expresarlas de buena forma.

Ayudar a una víctima de abuso o acoso es un acto de amor y de justicia que puede tener un impacto positivo en la vida de ambas personas.

¿Qué debería hacer si soy testigo de un episodio de abuso?

Alessandra De Castro destaca que en situaciones en las que somos testigos de un episodio de abuso, lo fundamental es mostrar apoyo a la víctima. Punto.

Sin embargo, es necesario comprender que cada individuo reacciona de manera única ante este tipo de traumas. 

Algunas víctimas pueden sentirse tan abrumadas que intentan bloquear cualquier recuerdo o discusión relacionada con el incidente.

En este contexto, si eres amiga, es valioso brindar espacio a la víctima y respetar su decisión de no hablar del tema si así lo desea. 

Pero al mismo tiempo, no debemos abandonarla ni dejar de hablarle. La clave está en ofrecer opciones de apoyo legal y psicológico, y tener paciencia.

Recuerda que lo ideal es denunciar una vez que se haya asegurado el proceso y la seguridad de la víctima. 

Debemos ser conscientes de que para muchas mujeres, denunciar el acoso o abuso sexual puede ser un proceso complicado.

¿Quiénes son los responsables realmente?

Las fiestas, el consumo de drogas, alcohol y la forma de vestir, son utilizadas como argumentos para culpar a las víctimas. Por ejemplo: “Estaba borracha, por eso la violaron”; “¿quién la manda a ir a ese sitio?”; “ella se metió en el baño con el tipo, por eso le pasó lo que le pasó”; “¡es que llevaba un escote!, cómo no le van a meter mano así”.

Es fundamental comprender que la culpa NUNCA es de la víctima. El abusador es el único responsable y culpable de sus acciones. 

El hecho de que una persona esté en estado de embriaguez, con un escote o de fiesta, no justifica que sea abusada. La responsabilidad es del abusador. Punto. 

En cambio, todos tenemos la responsabilidad de ayudar. Esto podría implicar llevar a la persona abusada a un lugar seguro, contactar a un amigo o familiar, llamar a la policía y no grabar videos con el celular sobre lo ocurrido, porque esto te hace ser un observador pasivo y te convierte también en cómplice.

El dilema de denunciar

Es lamentable que la cultura de culpabilización siga reinando en nuestra sociedad, lo que puede dificultar que las víctimas hablen sobre el abuso que han sufrido. 

Según ONU Mujeres, 15 millones de niñas adolescentes de 15 a 19 años han experimentado relaciones sexuales forzadas en todo el mundo. En la inmensa mayoría de los países, las adolescentes son el grupo con mayor riesgo de verse forzadas a mantener relaciones sexuales (u otro tipo de actos sexuales) por parte de su esposo, pareja o novio actual o anterior. De acuerdo con los datos disponibles para 30 países, tan solo un 1% de ellas han pedido alguna vez ayuda profesional.

Un artículo de BBC Mundo titulado 5 creencias falsas sobre las violaciones y la agresión sexual”, afirma que “según datos del Ministerio del Interior de Reino Unido, el 46% de las violaciones registradas fueron reportadas el día en que ocurrieron, mientras que el 14% de la gente se demoró más de seis meses para reportarlo.”

Esto ocurre por muchas razones como: 

  • El miedo a no ser creído o ser juzgado por las personas.
  • Sentirse culpable o negarse por lo que pasó.
  • Desconfianza del apoyo legal, pensar que la denuncia no hará justicia. 

Esas son solo algunas de las posibles causas que pueden explicar por qué algunas personas tardan más que otras en denunciar. 

Muchas veces estas situaciones no son denunciadas ni enfrentadas, sino que son ignoradas, minimizadas o justificadas por quienes las presencian o las sufren. 

De Castro dice que cada caso es único y depende de las circunstancias y los sentimientos de cada víctima. Lo importante es respetar el tiempo y el espacio de cada persona y ofrecerle apoyo y comprensión.

Ser cómplice de abuso implica ser parte del problema y contribuir a que posiblemente se repita muchas veces y estas situaciones no acaben nunca. Por eso, es importante romper el silencio y actuar con responsabilidad, empatía y respeto ante cualquier señal o sospecha de abuso. 

Solo así podremos construir un mundo más seguro para todas esas “Isabellas” que viven con el miedo de que algún “Pablo” se les acerque.

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