Está bueno el vino tinto, pero no para tanto

vino

El vino es una de esas cosas, que de una manera u otra, acompaña muchos momentos de nuestra vida. Pero, ¿qué pasa cuando te vuelves bebedora social y emocional? Inés Carriazo nos cuenta en este artículo su relación de amor y desamor con el vino tinto. ¡Léela aquí!


Me he dado cuenta de que el vino tinto es mi compañero de viaje. Mi mejor amigo.

Reconocí su presencia en tantos momentos de mi vida, que me pregunto qué tipo de bebedora soy, incluso, me pregunto si soy alcohólica.

El otro día fui a ver la premiada película “Otra ronda”, y sin hacer spoiler te diré que a grandes rasgos trata sobre cómo el alcohol está presente en casi todas las facetas de nuestra vida.

Esto me hizo reflexionar. Me encontré cuestionándome cuándo y cuánto bebo. (Quiero pensar que en algún momento todos nos hemos preguntado esto).

Mi relación con el vino comenzó en la iglesia

Echando la vista atrás, mi flechazo con el vino tinto fue en la iglesia. Ir los domingos a misa donde un cura ofrecía la “Sangre de Cristo” en un cáliz dorado solo apto para adultos, despertó mi curiosidad.

Ahí estaba yo pidiéndole a mi padre en la comida de después, que por favor me dejase probar la sangre de Cristo.

Reconozco que en algún momento me dejó mojarme los labios y no me gustó mucho. 

Años más tarde el vino tinto volvió como objeto de deseo

Durante mi niñez y adolescencia veraneaba en mi pueblo paterno, un pueblo en Castilla la Mancha, donde el vino forma parte de la cultura popular y la economía.

Lo recuerdo especialmente en mi adolescencia.

En verano los campos y las huertas se llenaban del color intenso de las uvas colgando de las vides. Hacía tanto calor que, a la hora de la siesta, la gente del pueblo se derretía y no había ni un alma en la calle.

Los chicos aprovechaban esa hora para recogernos en sus motos e ir todos juntos a bañarnos a las albercas de las huertas.

Allí entre bañadores, toallas y cuerpos empapados, bebíamos vino, vino tinto, ¿que si no?

El vino era un gran amigo, te desinhibía, te quitaba la vergüenza adolescente, te integraba. Pero sobre todo, te hacía sentir más sexy. Los taninos te teñían los labios de rojo e imaginabas que eras alguna modelo o estrella de cine.

(Mientras te lo cuento estoy poniendo morritos, jajajjaja). Con esto más deseada y deseosa 😉

A ese verano, que fue el inicio de mi adolescencia, le siguió la vuelta a la ciudad

Me creía más mayor, más rebelde, ¡más experimentada en beber vino tinto!

Tan experimentada y rebelde a la vez, que mezclábamos el vino tinto de cartón con Coca Cola, haciendo Kalimotxo. Venga alcohol y azúcar para pasar tardes económicas con amigos en un parque mientras escuchábamos música.

Sí, el vino tinto, como buen amigo, me acompañó la primera vez que fumé, la primera vez que me agarré una buena borrachera y con ello, mi primera vomitona. Lo aborrecí.

Por suerte también me acompañó en mi primer beso, gracias a esto recuerdo su sabor con cariño y no por regurgitar.

Lo abandoné por un tiempo, porque hasta los mejores amigos se separan.

Me hacía mayor como para beber Kalimotxo, ya no era cool; pero no tan mayor para beberlo como lo hacen las señoras: en copas (aunque yo me volví señora mucho antes de lo esperado).


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Como un buen amigo, el vino tinto volvió a mi vida.

Mucho antes de hacerme señora, mi querido vino tinto se convirtió en mi fiel escudero de la edad adulta (¡pongamos que a los 30!).

Eso sí, tras superar y darme cuenta de que debía dejar de lado los grandes destilados que ya no disfrutaba ni digería como antaño.

Volvió en forma de copas para hacer el aperitivo, para el tardeo; como acompañamiento de comidas y cenas. Volvió en forma de botella con amigas, amigos, con novietes, rollos, amantes, para celebraciones en pareja. Volvió en comidas de empresa, tras largas jornadas de trabajo.

Volvió casi siempre acompañado y otras veces para mí sola.

Volvió tanto y en tantas ocasiones, que me empecé a hacer experta y me apunté a un club de vinos (que os recomiendo) y siempre que había ocasión se abría una botella y ¡a beber!

Beber vino tinto para celebrar, descansar, para ahogar penas, beber por socializar, por brindar o por estar triste, contento o enfadado.

Beber con excusa, pero también sin ella.

Me di cuenta de que soy bebedora social cerca del alcoholismo emocional

Tras ver la película que te nombré más arriba y pensar en mi relación con el vino tinto, he decidido darnos un poco de espacio. 

A veces te das cuenta de que hay amigos que ocupan demasiado en tu vida, aunque te hayan acompañado en grandes momentos.

Foto: Mathilde Langevin on Unsplash


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