En esta entrevista, Alejandra (@alejandraoteropz) habló con María del Mar Ramón (@delmar_rv), escritora y feminista colombiana, sobre el feminismo en Latinoamérica, las masculinidades tóxicas y su último libro “La manada”. Si te gusta escribir, esta entrevista te servirá muchísimo, porque María nos dio unos consejos buenísimos para hacerlo sin tirar la toalla.
Cuando leí “Tirar y vivir sin culpa” (2019) sentí como si hubiera terminando de hablar con una hermana mayor.
Esta colección de ensayos de María del Mar Ramón, escritora y feminista cofundadora de la ONG argentina Red de Mujeres y del colectivo Las Viejas Verdes de Colombia, me dio una perspectiva que se sintió muy mía, pero que es la voz de muchas mujeres conforme a la relación con su cuerpo y su concepción de placer.
También, este libro me permitió conocer a la autora, su universo personal y su invitación a que, como mujeres, desaprendamos aquellas cosas que nos han sido impuestas y que hemos asumido con total normalidad.
Por eso me llamó mucho la atención su nuevo libro de ficción, La manada (2021) que expone cómo se expresan las masculinidades en la adolescencia y cuál es el punto más bajo al que pueden llegar.
En un continente donde la violencia es impune para el hombre, CINCO chicos de un colegio religioso de puros hombres matan a otro a golpes.
Es una historia que hemos leído en noticias y hemos escuchado en chismes de pasillo, pero “La manada” va más allá y nos expone el mundo interno de cada uno de estos chicos y de quienes los rodean.
Este libro es un retrato de las frustraciones que afectan a los varones, impuestas por un muy severo estereotipo de género, el cual la autora explora a profundidad con una narrativa adictiva ambientada en los 2000.
En esta oportunidad, tuve el honor de conocer a María y preguntarle más sobre esta novela y todo lo que hay detrás de ella y sus personajes, con quienes de una u otra forma, terminamos empatizando.
Además, hablamos de feminismo y me dio unos tips de escritura que tienes que leer y que están al final de esta entrevista.
¡Sigue leyendo!
Háblanos un poco de ti, María…
¿En qué momento empezaste a ser más consciente del feminismo?
Siento que eso fue algo mucho más de cuando llegué a Argentina. Cuando llegué, en el 2012, había cierta efervescencia en el feminismo.
Durante los años previos a 2018 cobró mucho auge, comenzó la primera presentación del proyecto de aborto, el movimiento No nos callamos más, el Ni una menos en el 2015 y el caso de Thelma Fardín.
Todas mis amigas eran feministas, mientras que cuando vivía en Colombia nunca me llamé a mí misma “feminista”; eran otros tiempos y a pesar de que estaba de acuerdo con las demandas del feminismo, la nomenclatura me parecía muy lejana.
En Argentina tuve la suerte de dar con unas amigas que ya venían de un recorrido feminista fuerte.
Tenía muchas amigas abogadas que venían trabajando desde el derecho el tema del aborto. Aquí entendí un montón de cosas por el movimiento popular del feminismo y, así mismo, varias tácticas han ido cambiado.
Hoy en día, la conversación en el feminismo ha cambiado.
Ya no hablamos de las mismas cosas que hablábamos hace tres años.
El patriarcado va adaptando sus herramientas y sus modos, y quizás algo que hace un tiempo creíamos que era súper bueno, resulta que hoy ya no.
Como feministas se nos plantea el dilema de reconocer la falibilidad de nuestras propias herramientas. Decirnos a nosotras mismas que hay cosas en las que hoy en día no deberíamos enfocarnos.
Después del triunfo de la ley pro aborto en Argentina, siento que el tono en el que como feministas seguimos exigiendo nuestros derechos ha cambiado, ya muchas de nosotras formamos parte del estado y eso nos puso frente a una nueva cantidad de nuevos problemas de gestión.
Necesitamos nuevas voces en el feminismo, darle espacio a minorías a las que no se les ha dado voz, como a las personas trans, tanto en Argentina como en el resto de Hispanoamérica.
¿Cómo ha sido ser feminista en Argentina en comparación con Colombia?
Por la pandemia y la distancia me alejé un poco de Colombia. Pero en su momento, creamos el colectivo Las viejas verdes, el cual sigue activo.
Yo creía que era un proceso análogo y pensaba que podía calcar el feminismo argentino en Colombia, algo muy prepotente y argentino de mi parte.
Esto no funcionó y me di cuenta de que en Colombia hay un montón de militancia feminista y prácticas feministas, que puede que ni siquiera se reconozcan feministas en sus discursos pero lo son; como por ejemplo la resistencia al conflicto armado colombiano.
Hay muchas mujeres en actos de articulación y herramientas colectivas que se han organizado para preservar comunidades, eso es un ejercicio feminista.
Nominarse feminista puede que sea difícil en el territorio, pero yo no necesito que todas las mujeres se reconozcan como tal porque en lugares más adversos no conocen lo que es serlo.
Yo decidí concentrarme en Argentina pero tengo que reconocer el trabajo de mis compañeras de Las viejas verdes, por haber integrado el feminismo un poco más desde las bases, las asambleas y los movimientos de los derechos humanos.
Los enemigos del feminismo no son los mismos en ningún país.
Si bien es el mismo patriarcado, cada país lo ve encarnado en distintas realidades. Por ejemplo, en Colombia en fuerzas paramilitares y en el ataque a la defensa a las personas que defienden los derechos humanos. No es una cosa en Twitter ni un hashtag, es una lucha distinta. Hay una enorme cantidad de complejidades que hemos ido conociendo.
Las mujeres somos actores político partidarias. Cuando la demanda se populariza podemos entrar a jugar en la política pero no tenemos poder real, eso pasa en Argentina. Debemos ser no solo simbólicamente importantes, sino importantes y ya.
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“La manada”, el nuevo libro de María del Mar Ramón
Hablemos sobre “La manada”, un libro muy conmovedor y además recién salido del horno. Hay muchas escenas que me hicieron llorar, como la que está casi al final, cuando la madre de Hache lo consuela.
¿Cómo fue tu proceso escribiéndolo?
La manada me emociona un montón porque es un libro que escribí hace muy poco y yo me acuerdo perfectamente lo que estaba pasando. Lo escribí durante la cuarentena del año pasado un poco para no enloquecerme.
Yo tenía la idea pero no la tenía muy clara, tenía en mi mente una escena medio difusa y dije: “Bueno, voy a empezar a escribirla a ver qué onda”; pero nunca pensé que la fuera a terminar.
Luego me pasó algo que aún no he entendido pero es que me enganché muchísimo con la historia. Comenzando a escribirla yo odiaba a los personajes, los veía como los peores seres humanos del mundo y cuando la terminé, evidentemente dejé de pensar eso. Hay una enorme compasión con lo que les va pasando a los personajes, que es muy trágico.
Cuando vi que ya tenía un libro y me enganché con la historia, me dije a mi misma que tenía que dedicarle todo mi compromiso.
Me tomaba un trabajo súper extremo de concentración, como con todo el cuerpo y nunca me había pasado porque yo soy súper dispersa. Trabajo como media hora y luego me envolato con cosas.
La manada me demandaba estar ahí en el texto y conectarme con lo que estaba pasando. Fue una escritura muy intensiva. No podía escribir un capítulo completo una noche porque terminaba con el corazón acelerado de la emoción de lo que pasaba. Me sentía como ridícula porque me decía, “¿Qué es este proceso tan místico?”.
Cuando escribí ese capítulo, recuerdo estar muy angustiada escribiéndolo.
¿Cuál fue el estímulo que te inspiró a que escribieras sobre las masculinidades que se presentan en “La manada”?
Yo había escrito un cuento que se parecía mucho, era como una versión muy breve de la novela.
Eso fue hace como tres o cuatro años. Yo sí había pensado mucho en estos personajes, me obsesionaba mucho lo que le pasa a los hombres cuando están juntos, qué es lo que se detona, cómo sienten y cómo piensan.
El cuento que escribí antes, lo escribí cuando recién salió la noticia de La manada en España.
Y a mí me llamó mucho la atención porque yo estaba segura de que esos cinco muchachos no premeditaron lo que hicieron y que además de eso, los cinco a la vez no iniciaron la acción de violar a la chica.
Alguno tuvo que haber empezado, alguno tuvo que haber actuado por omisión, alguno tuvo que no haber querido pero se sumó por la presión aocial.
A mí me intrigaba esto porque pensaba, qué cosa tan fuerte y que pulsión del cuerpo tan inevitable pueden llegar a sentir los hombres que llegan a arriesgar su propia vida para atentar contra la vida de alguien más, todo porque no pueden encontrarse límites.
Yo estudie en un colegio en el que antes de que yo llegara era un colegio masculino y siempre me fije mucho en esos comportamientos de los hombres.
En cuanto a la época, el 2004, el año en el que corre la novela, me pareció una época con una estética súper interesante porque no habían llegado los celulares inteligentes ni los Blackberrys, era el inicio del reguetón y este tipo de actitudes violentas y machistas que se ven en el libro eran más impunes.
Ha habido muchas noticias al respecto. En Argentina, antes de que comenzara la pandemia hubo una noticia de unos rugbiers que mataron a un pelado a golpes, en Colombia también hubo una notica similar. Explorar esa imagen a mí me interesaba mucho.
Hice una serie de entrevistas a un grupo de hombres de colegios masculinos que eran adolescentes en esa época y su relación con sus vivencias era rarísima. Ninguno podía desapegarse mucho de lo que fueron y justificaban esa violencia porque ellos no lo reconocían.
Allí dije, esto no es un paper, esto es una novela y vamos a indagar qué les pasa.
Así fue como empezó el proyecto.
¿Y el tema familia en el libro?
Luego, fui explorando su relación con sus madres y familias, porque después de un acto de violencia como el que se plasma en el libro se llega a destruir una familia entera.
Puede que vengan de familias normales y amorosas, pero igual se ve esta violencia y plasmar cómo eran los hogares de cada protagonista fue una excusa para poder hablar también del tema de la clase social.
La violencia de los hombres esta desprovista de clases sociales, viene más del ejercicio de sometimiento que esta perpetuado, pero sí creo que la clase tiene un rol vital en esas intersecciones por lo que pasa después con ellos. Se le puede escapar un poco al poder judicial con la suficiente plata.
Y los chicos del libro son ricos, pero no son ricos-ricos entonces se puede ver esa tensión de una clase media acomodada que todo el tiempo se está comparando con una clase media más venida abajo y con otra clase media más alta.
¿Cuál crees que es la mejor forma de alejar a los hijos de estas masculinidades tóxicas y violentas que se ven presentes en la novela?
Dejar que los niños socialicen en ambientes mixtos a la par de las niñas. Promover estos ámbitos puede ser un avance. Comprender, acompañar y no criar a los niños en ambientes inflexibles.
Mientras los hombres sigan teniendo esa censura sobre sus emociones, el que no pueda llorar o no puedan explorar sobre su sexualidad va a ser un problema. Se le pone la etiqueta de maricón a un hombre que muestre lo que siente, y esto es muy grave para los hombres.
Estas actitudes se tejen entre pares, sobre todo en los colegios, no solo en la crianza. Es por eso que se debe hacer campañas en las que se promuevan espacios en donde los niños puedan hablar de sus emociones y sentimientos.
Algo interesante de La manada era que empezabas los capítulos desde la perspectiva de personajes que no tenían nada que ver con la historia, como el vagabundo del parque, la vendedora ambulante, el inspector de policía, etc.
¿Cómo fue para ti encontrar este estilo de narrativa tan particular?
Fue místico. Es una alquimia muy cuidadosa. Yo nunca había escrito ficción y debes mantener un hilo.
Hay una escritora argentina que a mí me gusta mucho que se llama Betina González, y ella escribe mucho sobre escribir ficción es La obligación de ser genial.
Por desgracia, me encontré con su libro después de escribir La manada. Ella dice que hay algo muy técnico en lo que uno escribe, porque lo que tú muevas en cierta parte de la historia tiene un impacto en otra parte ya que uno está diseñando un mundo.
Todo debe ser verosímil y cuidadoso, y ver que no interfiera en la vía de los personajes.
También en Bogotá estudie un poco de escritura de guion de televisión, y eso me dio mucha estructura a la hora de escribir. Esa estructura para mí fue clara al escribir el clímax.
Mariana Mariasch, una escritora argentina, me ayudó en la novela con algo que se llama una clínica de novela, y consiste en que yo tengo mi historia y ella me hacía ciertas preguntas sobre la estructura y eso me hizo agarrarle la onda.
Es importante leerle a alguien porque escribir es una tarea súper solitaria. Una vez allí lo que hicimos fue hacer una escaleta y ver qué es lo que pasaba en cada capítulo. Esto me dio la oportunidad de jugar con cómo entraban y salían los distintos personajes que mencionas.
A mí me interesaba que esos capítulos le cambiaran el ritmo, porque la historia en sí es muy densa.
¿Te gustan las entrevistas? Aquí hay otras que le hemos hecho a autoras increíbles:
- Clara Sánchez: Infierno en el paraíso
- Karina Sainz Borgo: “No necesito que nadie me publique por una cuota, solo por ser mujer”
- Sara Jaramillo Klinkert: “No se me ocurre un oficio que tenga tanta terquedad como el de escribir”
Hache, parece ser más de reparto que principal. ¿Qué te hizo poner a este personaje tan moderado como el protagonista?
Pobre chico. Es un tarado. Siento que es ese tipo de personas que está en el lugar equivocado a la hora equivocada, un despersonalizado.
Me interesaba mucho que fuera un personaje súper promedio con una familia promedio, porque al ponerlo con unas intenciones un poco más neutrales era más interesante contar como iba mutando su personaje.
La mayoría de la gente es así, promedio.
A pesar de no ser un líder, tiene muchas emociones y es capaz de cosas terribles, se ve más endeble ante situaciones que él no haría o no está de acuerdo, pero una vez puesto ante esta presión no quiere quedar mal.
Es de esos personajes que nadie nunca elegiría como protagonista, porque es literalmente un extra con parlamento. Pero eso es lo que buscaba, es lo que comentaba antes: ¿Qué pasa con el que no lo inicia, no está de acuerdo pero no lo para? Esa era una de las fronteras en las que más quería indagar.
Pasa lo mismo con Kiko, un personaje que no lo inicia pero se ve en desventaja porque es gay.
Él siente como si estuviera en deuda con los demás. Y también, se expone como no hay un lenguaje para hablar de lo que es, que si bien lo aceptan y lo incluyen, no lo reconocen.
Es un personaje con voz pero sin voto, la ambigüedad de este personaje me gusta un montón porque lidia con su orientación sexual solo y sin un par con el quien contar.
¿Cómo autora te plasmaste en alguna situación o personaje?
Uno le pone cosas de uno a todo lo que escribe. He sido un poco de todos los personajes.
Si bien, no la viví, la escena de la violación yo la vi infinidad de veces. Es algo muy presente en nuestras adolescencias.
Hay algo de la sensibilidad en los momentos de crueldad y compasión en los personajes en los que uno empatiza con ellos.
Yo no pienso que yo sea muy Hache, pero hubo momentos en los que yo viví esa angustia de querer pertenecer o esa sensación de soledad y ansiedad de llegar a un lugar nuevo, como migrante, y querer decir cosas para caer bien, preguntarte si será que me llamarán o no me llamarán.
Esos muchachos siempre estuvieron presentes en la vida de nosotras, de mí, cuando era adolescente; pero siempre éramos las presas. Formando estos personajes y escribiéndolos, fui el cazador. Fue muy perturbador imaginarme como ellos podían haber actuado en las situaciones plasmadas en el libro.
¿Qué autor o libro te inspiró?
Muchos de los libros que me inspiraron los leí después. Mandíbula de Mónica Ojeda, me gustó muchísimo porque habla de unas niñas de colegio.
Te vas a reír, pero Crimen y Castigo de Dostoyevski. Lo volví a leer mientras escribía porque me interesaba mucho lo que pasa con la culpa. Hubo un momento en el que me estanqué porque el protagonista, Hache, lo devora la culpa y no sabía cómo sacar adelante el sentimiento, pero un ruso que escribió sopotencientos páginas hace un montón de tiempo plasmó esa angustia que necesitaba en ese momento del libro.
Hay una película en la que pensé mucho también, Tenemos que hablar de Kevin. Esta película motorizó mucho la pregunta de qué pasa con las mamás y la imposición de la maternidad como una obligación, pase lo que pase con tu hijo.
También, Emmanuel Carrére, algo en su estilo me engancho mucho mientras escribía La manada.
¿Cómo lidias con la Cabrona, esa vocecita que dice que lo que escribimos es insuficiente?
¡Ay yo la paso terrible!
Hay solo una forma de callar a La cabrona y es mentalizándote que todo lo que pasa antes de escribir es un martirio y todo lo que pasa después es un martirio, y yo no lo haría nunca más si no fuera porque el momento de la escritura en el que le doy rienda suelta a mi imaginación con las palabras es espectacular y lo disfruto demasiado.
Es una sensación muy difícil de encontrar, una pasión muy fuerte que para mí justifica todo lo demás.
Si escribir es algo que realmente disfrutas y en lo que puedes poner todo el cuerpo durante el rato, vale la pena.
No sería capaz de mentir y decir que hay una receta mágica, solo que apelen a ese momento de felicidad al escribir.
Si te bloqueas, sal y habla con gente pero siempre recuerda y vuelve al proceso de escritura que te da dicha y prolongarlo.
Para mí, esa felicidad no existe en otras cosas y estoy obligada a volver allí. En ese momento no me interesa que van a pensar, si el libro va a gustar o no o si será un bestseller.
¿Siempre supiste que querías escribir?
Sí, por desgracia, es algo que me ha acompañado toda la vida y nunca me imaginé que fuera buena, aún no lo sé.
Me ha hecho muy feliz desde muy chiquita. Escribir ha sido el único refugio activo que he tenido en la vida y con el que he peleado innumerables veces.
En mis momentos de mayor angustia o de felicidad he sentido la necesidad de hacerlo y además de contar historias, porque es algo que me entretiene mucho y nunca me aburre.
¿Algún consejo para las mujeres de Asuntos de Mujeres que quieren empezar a escribir?
Siéntense. Es difícil, muy difícil. Cuando uno logra derrumbar la pared invisible de la cabeza y el papel y piensas en la palabra y en la imagen de lo que va a escribir pero no te sientas, te invade una sensación de vértigo en la panza apenas uno tiene las manitos sobre el teclado. Cuando te sientas y vences ese vértigo logras mucho.
Lo más importante de escribir es escribir y disfrutar lo que pasa en el cuerpo durante el proceso de escritura. Nunca subestimes tus historias ni la capacidad de contarlas.
Por supuesto, vencer ese cerco propio o La cabrona.
Y por último, leer por placer. Y leer los diarios de las escritoras, porque hasta los escritores más grandes han dudado de sí mismos, hasta Alejandra Pizarnik en sus diarios decía que era mala poeta. Te hacen sentir acompañada en este proceso.