Los cuatro salvavidas que usé cuando mi mamá murió

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Esta es la historia de Elsy (@elsyliraruiz), quien nos cuenta cómo sobrellevó la enfermedad y muerte de su mamá, y los “salvavidas” que usó para fortalecerse después de su fallecimiento.


Jamás en la vida se me había pasado por la cabeza la posibilidad de que mi mamá muriera. Incluso el día en que estuvo en una Unidad de Cuidados Intensivos de una clínica de Caracas, esa idea nunca se me cruzó por la cabeza.

Mi mamá era tan fuerte, tan firme, tan brava y tan decidida, que para mí la muerte le tenía miedo.

Mi mamá se llamaba Hilda Ruiz y tenía 53 años, sí, en pasado, por ahí te voy adelantando algo.

Fue psicóloga industrial, le encantaba dar clases y trataba a sus estudiantes como a sus hijos. Tenía un carácter muy fuerte, de esas mujeres que no se dejaban joder por nadie y, además, le quedaba divino el pelo corto.

Comía de todo, sin miedo; porque había mandado las dietas al infierno y su ejercicio favorito, y el que usaba como excusa para seguir comiendo, era el spinning.

Sin embargo, la vida estructurada y bien planificada que tenía se tambaleó y dio un vuelco, cuando, después de un mes sintiéndose de mal en peor en casa, fue diagnosticada con leucemia el 17 de septiembre de 2020.

El diagnóstico de mi mamá nos cayó como una bomba a todos

Ese día la llevamos a la clínica por un cuadro anémico agudo. Llegamos pensando que solo estaría dos días en la sala de emergencia hasta que lograran estabilizarla y mandarla de vuelta para la casa.

Pero no fue así.

En la noche, quien sería su hematólogo y oncólogo tratante, nos dio la noticia de que su médula espinal no estaba produciendo los elementos necesarios para mantener el cuerpo, y que al hacerle un último examen de sangre ese día, se conocería realmente la gravedad de su enfermedad y el tratamiento adecuado.

En resumen, fue una manera muy sutil de decir: lo siento, Sra. Hilda, tiene leucemia en un país donde el sistema de salud público y privado está colapsado. Bienvenida a la batalla.

Pero, ya va, mi mamá, la persona más fuerte que conozco, ¿con una enfermedad maligna y mortal? Imposible.

Sin embargo, apenas se fue el doctor, me volteé a verla y le dije que nosotros teníamos unos ángeles guardianes que nos cuidaban siempre y que éramos tan fuertes, que saldríamos de esto con éxito, tal como lo habíamos hecho en situaciones difíciles del pasado.

Terminé diciéndole que iba a avisarle a mi hermano, me di media vuelta, salí al patio de la clínica, llamé a mi familia y, con un llanto insostenible e inentendible, le conté todo lo que nos había dicho el doctor.

Ese mismo día, supe que me tocaba a mí ser todo lo fuerte que ella siempre había sido y que tenía llevar este diagnóstico con realismo, pero con la mejor de las energías para demostrarle que nosotros podríamos e íbamos a salir victoriosas de esto.

El diagnóstico final fue leucemia con tres apellidos impronunciables más. El tratamiento iniciaría con 28 días de hospitalización y recibir quimioterapia.


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Fui la compañía de mi mamá durante 28 días en una clínica

Me quedé con mi mamá, desde el mismo día que entramos a la clínica, hasta el día que le dieron de alta.

Dormí 29 días en un sofá antipático y me acostumbré a estar a 16°C todo el día, porque en la habitación, o te morías de hipotermia o de calor extremo, no había un intermedio.

Aprendí muchísimo sobre medicina, medicamentos, los horarios de sus tratamientos, los procedimientos que mi mamá debía hacerse, etc.

Me hice amiga de las enfermeras y las analistas del banco de sangre, que cada cinco días le transfundían sangre a mi mamá.

Tuve que aprender a soportar la sangre, llevar de la mejor manera los cambios de ánimo de una persona con cáncer, idear y variar el menú de la clínica para que fuese apetecible y mi mamá pudiese comer, y a valorar mucho más, los días que mi hermano podía visitarnos y pasarla en familia.

Yo le daba de comer todos los días, la bañaba, me despertaba sin quejarme mil veces durante la noche para ayudarla, le leía sus libros favoritos para pasar el rato, le rapé el pelo, le hacía los turbantes que le quedaban fashion y observaba y comunicaba cualquier mínimo cambio a los médicos.

La vi sufrir por todos los malestares que le daban, pasamos juntas la montaña rusa de estar un día bien y otro en la inmunda, de esperar con paciencia cómo el tratamiento funcionaba para unas cosas y dañaba otras, y de ver cómo, poco a poco, mi mamá se recuperaba y seguía siendo ella.

Pero en el fondo ambas sabíamos que nunca volveríamos a ser las mismas

Como dije al principio, todos estábamos decididos a afrontar esta enfermedad con la mejor actitud hacia el presente, agradeciendo las oportunidades, el apoyo, los mensajes, el cariño y lo bonito que podíamos rescatar dentro de la situación que estábamos viviendo.

Después de los 28 días en la clínica y su primer ciclo de quimio, su médula espinal había vuelto a producir todo de manera correcta y estaba lista para volver a casa y comenzar desde ahí de cinco a seis ciclos más de quimioterapia.

Volvimos a la casa

En la casa, todo también fue un terremoto, desde por fin dormir en una cama cómoda, pasar el susto de los cuidados médicos en soledad, sin ningún personal médico a quien pegarle un grito, hasta coordinar horarios entre el trabajo y la universidad.

Mi abuela vino prácticamente volando de Valencia (donde vive) a Caracas. Ella nos ayudó muchísimo con la logística de la casa, desde cocinar divino y variado, suplementar la alimentación con jugos, plantas, mitos y pociones naturistas, hasta acompañar a mi mamá en todo momento del día.

La verdad, todo fue fluyendo de la mejor manera, absolutamente todo; desde que el seguro nos cubriera todos los gastos de la clínica, hasta encontrar cada uno de los medicamentos necesarios en un país con una gran crisis humanitaria.

Todo iba marchando en el sentido correcto, mi mamá iba respondiendo cada vez mejor al tratamiento, tenía apetito, energía, uno que otro día malo, pero en general parecía estar muy bien, comparado a todas las monstruosidades que trae consigo el cáncer.

Por eso repito: jamás se me pasó por la cabeza la posibilidad de que mi mamá muriera.

Todo iba tan bien, que nos confiamos

Y ese fue el principal error que hizo que ahora hable de mi mamá en pasado.

Un día, después de sus chequeos médicos, el doctor nos dijo que sus valores en la sangre, por efectos de las quimios, iban a empezar a bajar.

Al día siguiente, a media mañana mi mamá empezó a tener fiebre, nada grave al principio, pero poco a poco fue aumentando hasta llegar a 39°.

Dentro de todo esto, ella no quería volver a ir a la clínica porque pensaba que se podía regular en casa.

Y así fue, el medicamento que teníamos recetado en caso de fiebre funcionó y bajó la temperatura; pero el malestar seguía.

La llevamos a la clínica en la tarde, cuando ya no era viable seguir controlando la fiebre en la casa. Llamamos al doctor.

Mi mamá llegó con 40°C de temperatura, que en una paciente oncológica, prende todas las alarmas de emergencias (información clave que mi hermano y yo no sabíamos).

Al estar en plena pandemia, las emergencias en mi país no te permiten ingresar a la clínica hasta que haya sido descartado de COVID-19, por lo que mi mamá pasó mucho tiempo en espera siendo mal atendida por los enfermeros y médicos de guardia.

Eso solo repercutió en que la infección que originaba la fiebre aumentara, al punto de que sus órganos, poco a poco, dejaron de funcionar y era imposible remediar el daño.

Mi mamá falleció 12 horas después de haber ingresado a la Unidad de Cuidados Intensivos. La infección había hecho demasiado daño.

Fue el día más horrible de mi vida.

Un golpe muy duro y sin previo aviso que, poco a poco, como familia hemos aprendido a sanar, a seguir adelante y a encontrar nuestro camino, siempre con todas las enseñanzas y valores que nos dejó Hilda por delante.


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Pero en este artículo, no pretendo nada más contarte la historia de cómo mi mamá falleció

Lo que realmente quiero compartir contigo son las herramientas valiosísimas de vida que aprendí y que fueron fundamentales para llevar este proceso de la mejor manera.

En resumen, quiero compartir contigo “los salvavidas” que a mí me funcionaron para manejar efectivamente los momentos difíciles, desde el primer día que ingresamos a la clínica hasta el sol de hoy.

Espero que, si estás en una situación similar, esto pueda servirte tanto como me sirvió a mí.

Primer salvavidas: no busques el porqué de las cosas, enfócate en el para qué:

¡Esto es VITAL!

No te preguntes por qué a ti te pasan las cosas, por qué si hay tanta gente mala, las peores, esto te toca a ti, qué estarás pagando, qué fue lo que hiciste mal, etc.

Ahórrate esto. La verdad, no te interesan las respuestas y no haces nada con ellas.

La incertidumbre es válida, pero no avanzas, solo te quedas estancada. Pierdes tiempo negando y hundiéndote en la situación, en vez de aceptarla y ACTUAR.

A mí me funcionó muchísimo cambiar de perspectiva y empezar a enfocarme en el para qué de las cosas.

¿Para qué nos habrá pasado esto? ¿para cambiar nuestra manera de actuar? ¿para estar mucho más unidos y enfocados en el presente? ¿para tomarlo como una advertencia de vida? ¿para qué?

Esto me permitió aceptar el caos y empezar a pensar en presente y en acciones que me dirigieran a la solución del problema.

Dejé de pensar en por qué a mi mamá le dio cáncer y la perspectiva y mi actitud hacia el problema cambiaron.

Segundo salvavidas:  piensa en lo peor que te puede pasar.

Suena un poco pesimista, pero no es así.

Pensar en lo peor que podía pasar en ciertos y en posibles casos de emergencia, me permitía estar preparada emocionalmente y pensar en cómo podía actuar, qué podía hacer y cómo podría solucionar esa situación de la mejor manera.

Y cuando esa situación llegaba, me daba cuenta de que no era tan grave, que sí lo podía manejar con claridad y que el miedo o la incertidumbre no me paralizarían.

Uno de los momentos que me ponía más nerviosa en la clínica era cuando tocaba cambiarle las vías a mi mamá.

Era toda una tragedia porque ella tenía las venas tan debilitadas que era todo un reto hasta para las enfermeras pediátricas. Mi mamá terminaba como un colador, llena de huecos y nuevos morados.

En esos momentos, me puse a pensar en lo peor que podía pasar y cómo lo podía manejar. Mi cabeza viajaba por las mil posibilidades, unas más trágicas que otras y en todas pensaba cuál iba a ser mi papel.

Cuando por fin le agarraban la vena, salía bien en los exámenes de control, o se complicaba más un procedimiento, etc., ya yo sabía cómo podía manejar ese resultado.

Es estar un paso adelante de la situación, y como dice una frase poderosísima de los SEAL:  “Bajo presión, no actúas según tus expectativas, sino al nivel de tu entrenamiento”.

Tercer salvavidas: mantén la calma

Cuando mi abuela se empeñaba en hacer las cosas a su manera cuando algo ya estaba establecido, cuando mi mamá se negaba a comer más comida de la clínica porque estaba harta de ella, cuando discutía los pensamientos pesimistas de mi abuela o cuando la universidad y el trabajo no me daban abasto.

Respirar biieeen profundo y darme la oportunidad de internalizar y procesar los inconvenientes, me ayudaba a ser más proactiva que reactiva.

Me daba esos segundos que se necesitan para calmar las aguas en una situación tensa, pensar bien lo que quería comunicar y tratar de hacerlo con una mentalidad abierta.

La idea principal es intentar nunca ser parte del caos que pueda existir a tu alrededor, sino ser la calma, la claridad y la sensatez que realmente hace falta en esas situaciones.

Admito que a veces me costaba un montón, y lo que me provocaba era reaccionar como un monstruo y escupir lo primero que se me viniese a la cabeza, pero cuando eso pasaba, prefería mantenerme al margen antes de actuar por actuar y no llegar a nada.

De todas maneras, te recuerdo que el secreto de esta herramienta es respirar, respirar y respirar para internalizar lo que está ocurriendo, pensar qué es lo que quieres decir y evitar dejarte llevar por los sentimientos.

Cuarto salvavidas: la regla de las 24 horas de la coach Dawn Staley:

En Netflix, hay una miniserie imperdible que se llama: The Playbook- A coach´s rules for lifes. donde varios entrenadores importantes te dicen cuáles son las reglas de oro que aplican para su equipo y su vida.

En el quinto episodio, -uno de los mejores para mí-, Dawn Staley, entrenadora del equipo de Baloncesto Femenino de la Universidad de Carolina del Sur, te habla sobre: la regla de las 24 horas.

Esta consiste en que SOLO tienes 24 horas para celebrar una victoria o sufrir una derrota, para actuar como campeona o como víctima.

Después de ese plazo, no se habla más al respecto, se sigue adelante y solo se vale enfocar la cabeza en todo lo que tienes que hacer o mejorar para alcanzar el siguiente objetivo.

Esto te permite drenar, vaciar tu mente, pasar el goce o el bajón, para después, sin ego, lástima o enojo, dirigir tus energías en ser la mejor versión de ti con las lecciones aprendidas.

El concepto de esto me encantó, y de una lo aplicamos todos como familia.

Realmente ha sido una herramienta fundamental en este proceso, desde celebrar las buenas noticias, como cuando el examen que indicaba si había de nuevo células malignas después de la primera quimio dio negativo, hasta las pésimas, como cuando mi papá nos entregó la carta de defunción y nos dio la noticia.

Ha sido ese enfoque de permitirte sentir lo que estás sintiendo sin juzgar, darte una pausa, sea buena o mala, ser egoísta con lo que llevas dentro, para después mirar hacia delante, ver  “the big picture”, fijar objetivos o metas, y sencillamente seguir y alcanzarlas.

Esto es válido hacerlo cuantas veces sea necesario. Lo que nosotros aplicamos es que lo hagas para descargar, refrescar, enfocarte y empezar de nuevo de la mejor manera. La regla de las 24 horas siempre será bienvenida.

Repito que se puede usar para cualquier momento, tanto para los de completa alegría o completa tristeza.

Hay altas y bajas, pero sigo adelante

A pesar de que esto no ha sido nada fácil y que hay altas y bajas, creo fielmente que todo en la vida pasa por algo, y que estas herramientas junto a mi inteligencia emocional, me han ayudado a guiarme por este camino y a seguir viendo la vida desde el optimismo, la buena energía, el esfuerzo y las cosas bonitas que todavía hay.

Todo esto basado siempre en los buenos valores, los incontables aprendizajes y todas las maravillas que mi mayor angelito me dio y me seguirá dando.

Espero que mis salvavidas te sirvan, que los pongas en práctica y que te ayuden tanto como me han ayudado a mí.

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