Llevaba siete años de casada, tenía un niño de 11 meses pegado a la teta, dos casas en renta, teletrabajaba y no era feliz.
Miraba las vidas de los demás y todos parecían muy tranquilos y organizados, y a los nuevos padres los veía felices junto a sus chiquitos. Y aquí estaba yo, mirándome al espejo, sintiéndome fea y con un hoyo en el pecho que no sabía cómo ni con qué llenar.
No sabía por qué no era feliz, si por el vacío en el pecho o por sentirme vacía cuando lo tenía todo.
Un día, cansada de llorar, de no encontrar la misma luz en mis ojos y de sentirme sola a pesar de estar acompañada por mi hijo y ocasionalmente por un esposo, pensé que ya estaba bueno.
Alcé la voz y dije ¡no más!
No más a sentirme vacía, no más a sentirme miserable. Empecé a organizar mi tiempo, a tener un poco más de estructura en mi día y a apoyarme en la gente linda que me acompañaba en el camino. Mi esposo no estuvo ahí.
No lo necesitaba, no lo quería, no me sumaba. Entendía por qué lo había elegido, pero no la razón por la que me había quedado en ese matrimonio.
No pertenecía ahí. Ese no era mi hogar
Entonces, me fui.
Con mi bebé al hombro me mudé a un lugar pequeño y arranqué al encuentro conmigo misma.
Sentí como si hubiera abierto la puerta del cuarto de chécheres y pensé, “ya que estoy aquí, quiero limpiarlo a fondo”.
No era suficiente salir del lugar donde no era feliz, yo quería crear ese espacio donde pudiera volver a ser yo.
No sabía por dónde empezar, pero sí sabía que había muchas cosas por trabajar. Busqué ayuda. Empecé un taller de crecimiento personal, luego me fui a terapia y gracias a ese acompañamiento he viajado a lo más profundo de mi alma a encontrarme con mis dolores y temores.
Más artículos como: “Salí de donde no era feliz: soy libre y divorciada”
- El mindfulness me llevó al divorcio
- De cómo toqué fondo y lo conocí a él
- ¿El matrimonio mejora o empeora con hijxs?
Siempre buscando sanar
Entendí que mi sentimiento de insatisfacción era mi alma moviéndose, queriendo decirme que era un tiempo nuevo para mí.
Descubrí que el vacío en el pecho del que hablaba antes, estaba ahí porque YO lo había originado cuando decidí amar más la idea que tenía del amor que a mí misma.
Y es que, a decir verdad, no estaba enamorada de mi esposo, estaba enamorada de la idea de la familia unida, de la casa, del perro y todo ese rollo de estar juntos hasta que la muerte nos separe.
Pensaba que tenía que esforzarme más, porque si era la persona que el universo había puesto en mi camino, pues no se podía equivocar.
El universo nunca se equivoca
Lo que no había contemplado es que el universo podría tener otro propósito, a lo mejor me había puesto en esa relación para que yo aprendiera algo, y la lección más importante de mi vida apenas estaba empezando.
Entonces, uno de los primeros pasos para poder llegar a verme en el espejo y sonreírme, fue reconocer y aplaudirme que por primera vez en mucho tiempo había pensado en mí. Me daba fuerza recordar las razones por las que había salido, aunque estuviera ahogada en las lágrimas.
Recuperarse duele, pero me dolió menos cuando me acerqué a mi gente que siempre había estado firme, de la cual me había alejado para no mostrar mi más grande vulnerabilidad.
Porque ¡claro! Yo me perdí, no solo de mí, sino de todo mi círculo amoroso.
A lo largo de todo esto, mi pequeñito me miraba. Lo absorbía todo.
¡Juepucha! Sintió la inconformidad, la decisión, el cambio, la frustración, la sensación de fracaso y el trabajo personal en el que estaba metida.
En algún momento pensé que era mucha información para un niño tan pequeño y me acompañaba la culpa. La que está en primera fila.
Pero el mejor antídoto para eso era pensar en cómo hubiera sido verlo crecer en un hogar sin pies ni cabeza; eso sí que me alentaba.
Y así, el tiempo ha pasado y al mirar hacia atrás solo agradezco
Agradezco por lo que fue, por lo que se fue y le agradezco profundamente a mi alma el no rendirse y seguirse comunicando a través de mi malestar.
Me agradezco el haberla escuchado
Doy gracias porque mi hijo ganó. Ahora tiene una mamá que se cuestiona y se responsabiliza por su felicidad. Una mamá que le muestra con el ejemplo cómo disfrutar y que logró dejar un lugar donde no era feliz.
También ganó un papá, porque si me pongo a pensar es probable que él tampoco estuviera feliz. ¿Quién es feliz con una pareja insatisfecha? NADIE.
Entonces me alegro con lo que hay. Recuperé el brillo en los ojos, me volví a emocionar haciendo cosas que había olvidado que disfrutaba, las carcajadas regresaron. ¡Volví a ser yo!
Resucité, y ahora vengo en versión 2.0.
Lista para vivir y con una historia que contar.